La Tierra, zona cero
Como fuera de casa, en ningún sitio, dicen los disolutos, y lo mismo parece pensar el físico británico Stephen Hawking, aunque a una escala más cósmica. O nos largamos de este planeta antes de 200 años, dice, o pereceremos con él en un holocausto nuclear, hecatombe climática, siniestro virológico o quién sabe qué otra modalidad del juicio final fraguada por nosotros mismos. Antes de 200 años. Que no se diga que los expertos no avisan con tiempo.
La lógica de Hawking es la misma que la de sacar un duplicado de las llaves. La humanidad ya atesora el poder necesario para destruir un planeta, pero está muy lejos de poder cargarse dos a la vez. En cuanto tengamos una colonia en Marte, la especie estará salvada. Mientras no la tengamos, nuestra pervivencia en el cosmos pende de un hilo, un tenue hilo de cordura al que a menudo da miedo mirar. El enemigo es muy poderoso, porque la estupidez viene de serie con la naturaleza humana.
"Creo que el futuro de la raza humana debe estar en el espacio", dice Hawking. "Ya será bastante difícil evitar el desastre en el planeta Tierra durante los próximos 100 años, no hablemos ya de 1.000 o de un millón. La especie no debería poner todos los huevos en la misma cesta, o en el mismo planeta. Esperemos no romper la cesta hasta que hayamos propagado su carga".
Por desgracia, y pese a sus frecuentes apariciones en Los Simpsons, Hawking no es ningún lunático. Como en otras ocasiones, no está haciendo sino prestar su voz -sintética- a las preocupaciones de la comunidad científica, incluida la Royal Society de Londres, la misma institución que presidió Newton, y el Bulletin of the Atomic Scientists, fundado por físicos del Proyecto Manhattan en 1947 para concienciar al mundo de los riesgos de la proliferación nuclear.
Los programas armamentísticos de Irán y Corea del Norte son solo una guinda. Estados Unidos y Rusia tienen aún 26.000 cabezas nucleares, cada una con la potencia de 40 bombas de Hiroshima.
Más de 2.000 de estas cabezas están listas en todo momento para lanzarse antes de 30 minutos. Sumando los riesgos climáticos, las armas biológicas y otros ingenios del juicio final habidos o por inventar, solo podemos sumar nuestra voz a la del físico para decir: mira, mejor vámonos de aquí.
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