_
_
_
_
Reportaje:Crímenes y criminales / Los novilleros de Charco Lentisco

Lunas de sangre

Tres novilleros de Albacete murieron acribillados a tiros en 1990 en la finca Charco lentisco, donde fueron a 'hacer la luna'. Uno de los condenados por la matanza ya ha fallecido y el otro está Libre

Juan Diego Quesada

El capitán de la Guardia Civil Francisco Mazuecos aseguraba hace años que nunca había visto a nadie describir de manera tan fría una matanza. El asesino lo hacía como si se refiriese a una batida de caza. El abogado José María Stampa tampoco vislumbró nada de piedad en el quinceañero Pedro Antonio Yepes y durante el juicio le preguntó si sentía arrepentido por lo que había hecho. "No", dijo tan tranquilo. "Si eso es cierto, usted sería lo que los psiquiatras llaman un desalmado. Exactamente eso, uno que no tiene alma", le reprochó el letrado.

El horror que narraba el joven Yepes, con una pronunciada tartamudez, se produjo durante la madrugada del 1 de diciembre de 1990 en un caserío a las afueras de Cieza, en la provincia de Murcia. Esa noche, tres novilleros de la escuela taurina de Albacete se habían colado en la finca Charco Lentisco con la idea de torear una res a la luz de la luna. El dueño del lugar, Manuel Costa, acompañado de dos empleados, escuchó de lejos un ruido de cencerros y se acercó hasta allí con las luces del coche apagadas. Quería sorprender a los furtivos. Se bajó sigilosamente del vehículo, abrió el maletero y permitió que sus secuaces cogieran una escopeta repetidora Franchi con la que se inició la persecución de los maletillas.

Las familias de las tres víctimas no han cobrado ni uno de los 150.ooo euros fijados para cada una de ellas por los jueces

Lorenzo Franco, conocido como El Loren, Andrés Panduro y Juan Carlos Rumbo huyeron campo a través, pero minutos más tarde fueron acorralados en un cruce de caminos. José Manuel Yepes y otra persona que nunca llegó a ser identificada abrieron fuego contra ellos, según la sentencia dictada por la Sección Primera de la Audiencia Provincial de Murcia. El primero de los catorce disparos reventó la cabeza de uno de los novilleros y el último arrancó media cara a otro. Uno de ellos, con un resquicio de vida, reconoció a uno de sus ejecutores, con el que había montado anteriormente a caballo, y suplicó por su vida: "¡No dispares, soy El Loren!". Un tiro de gracia lo remató.

El nombre de Charco Lentisco ya no existe. Cuando se baja por la carretera de Cieza se llega a un camino que da entrada a la finca Los Casones, como el nuevo dueño, Salvador Magastoso, ha rebautizado el lugar. Sigue habiendo una ganadería, caballos, toros y maleza. El hijo de Magastoso se presta con amabilidad a enseñar el recinto, que se alquila ahora para celebrar despedidas de soltero. Hay cámaras de seguridad por todos lados. Acto seguido se acerca con su coche de campo al cruce de caminos donde los novilleros sufrieron la emboscada.

-¿Dónde ocurrió la matanza?

-"Fue justo ahí", dice señalando unos matorrales, junto a un poste de la luz y unos melocotoneros.

-¿Por qué compró la finca?

-"Nos costó mucho decidirnos", dice sentado al volante. "Fue una muerte tan a sangre fría que da escalofríos pasearse por aquí sin más".

Por lo pronto, al adquirir la hacienda pintó de amarillo el caserío, antes blanco, y quitó unas cercas que daban sensación de encierro al campo. "Le queríamos quitar el olora muerte al paraje", señala, poco antes de que anochezca en la finca.

Lo que ocurrió aquel día sigue siendo un enigma. ¿Por qué tanta violencia con los novilleros que simplemente iban a hacer la luna? Es cierto que esta práctica invalida a las reses para la lidia. Pero hubiese bastado con unos garrotazos, en opinión de la gente de la zona. ¿Por qué los capotes aparecieron perfectamente doblados en el coche en que habían viajado los novilleros? ¿Por qué disparar a sangre fría a El Loren, torero al que había apoderado en su día el ganadero Manuel Costa? Poca gente cree que se el móvil fuese la ira que sentía el ganadero por las incursiones en sus corrales.

El encargado de cuidar la finca era entonces José Yepes, un hombre rudo, con fama de violento, gustoso de llamar amo a Costa. En un primer momento, Pedro Antonio, su hijo de 15 años, se declaró único autor de la matanza, pero después su hermano José Manuel, de 21, corrió con toda la culpa. Al progenitor, que nunca llegó a decir realmente lo que ocurrió aquella madrugada de plenilunio, se le sitúa como un personaje clave en la trama.

La escopeta repetidora con la que se había dado muerte a los novilleros pertenecía a José María Hernández, alias Perrote, albañil de profesión, al que se la había vendido a su vez Jesús Saorín, apodado El Ricoteño, por 35.000 pesetas. Supuestamente Perrote sólo era un testaferro, ya que el arma iba a ser para Manuel Costa, cazador sin licencia. El misterio de a quién pertenecía la escopeta nunca llegó a desvelarse. La noche antes de que fuese a declarar en el juicio, El Ricoteño se ahorcó de un árbol en un lugar conocido como Los Casones de la Atalaya. La segunda escopeta con la que se fusiló a los jóvenes matadores ni siquiera apareció y la identidad de esa persona que la empuñaba no llegó a desvelarse.

El crimen de los novilleros ha marcado a Cieza, de 35.000 habitantes. Allí Se habla de líos de faldas, deudas y hasta de tráfico de drogas. La única verdad, sin embargo, es que José Manuel Yepes y Manuel Costa fueron condenados a 81 años de cárcel, 27 por cada uno de los asesinatos. Se incluía el pago solidario de 150.000 euros para cada una de las familias de las víctimas. Estas nunca han recibido ese dinero.

Y seguramente nunca lo recibirán. La Audiencia de Murcia condenó en 2008 a tres personas, entre ellas a Josefa, la viuda de Costa, por participar en la compraventa de bienes del ganadero. Con esa treta se evitaba el pago de las indemnizaciones. En esa sentencia se anularon las escrituras de varias fincas de Costa, entre ellas las de Charco Lentisco. Sin embargo, el Tribunal Supremo ha considerado este año que no está demostrado que los compradores de los bienes del empresario lo hicieran de mala fe y, por ende, las escrituras tienen validez. A las familias tan solo les queda pedir amparo ante el Constitucional. "Nos han tendido la misma emboscada que hace años les hicieron a ellos. Nos han rematado", afirma Carmen, la madre de El Loren, que iba a tomar la alternativa al año siguiente. "Si esto queda así es una vergüenza y es como si pisaran su tumba", señala con desgarro la hermana de Rumbo, Ana.

El ganadero Manuel Costa, hombre que había hecho fortuna en poco tiempo, marido de una mujer guapa que hacía topless en mitad del campo, tan solo cumplió 13 años en prisión, beneficiado ampliamente por las reducciones de pena. Murió de un infarto poco tiempo después. La viuda y un hijo que tenía ocho años cuando ocurrió todo rehicieron su vida en un pueblo cercano, Molina de Segura. En este tiempo se han dedicado a deshacerse del patrimonio del empresario, el mismo que soñaba con tener la ganadería más hermosa de la provincia. Nunca vio cumplido ese deseo, y de Charco Lentisco no queda más que una vieja plaza de toros donde se celebran capeas.

Los otros implicados en la matanza, los Yepes, han seguido viviendo en la comarca a pesar de la tragedia. Se dedican a la compra y venta de ganado, caballos, perros. Hoscos, con fama de violentos, son temidos en el pueblo. No son pocos los bares en los que les tienen prohibida la entrada. Y más de uno se ha llevado un correctivo por recordarles la noche de Charco Lentisco. José Manuel, el considerado autor de los disparos, cumplió condenada en los centros penitenciarios de Sangonera la Verde, Picassent, Villena y Fontcalent. A los 16 años y medio quedó en libertad y volvió a los paisajes abruptos de Cieza. Callado, tímido aunque con malas pulgas, se ha empleado en el campo como pastor, su vieja profesión, y últimamente ha ganado dinero echando horas en la construcción.

El patriarca de los Yepes, José, va de aquí a allá con un viejo Mercedes Rojo. Duerme en un chalé sin agua ni luz que fue expropiado a unos morosos en la vega, frente a unos contenedores de basura.

Es una de las pocas personas que pueden desvelar el misterio, pero prefiere callar.Las crónicas de hace 20 años cuentan que el capataz de la finca ejercía un poderoso dominio sobre sus hijos. Le señalan como el personaje maquiavélico de esta historia. Hoy llega a medianoche, se baja del vehículo e intenta abrir la verja de su vivienda.

-¿Qué ocurrió realmente esa noche en Charco Lentisco?, pregunta el reportero.

-Voy a darle de comer a mis perros.

Es lo único que acierta a decir Yepes. Luego, con gesto hosco, se da media vuelta y se adentra en la más absoluta oscuridad.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Juan Diego Quesada
Es el corresponsal de Colombia, Venezuela y la región andina. Fue miembro fundador de EL PAÍS América en 2013, en la sede de México. Después pasó por la sección de Internacional, donde fue enviado especial a Irak, Filipinas y los Balcanes. Más tarde escribió reportajes en Madrid, ciudad desde la que cubrió la pandemia de covid-19.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_