Otoño del cabezota, primavera del capitán
- "Todos los entrenadores sueñan con un trabajo como este y aprenderé a hablar inglés, seguro, en un mes." Fabio Capello, al asumir como seleccionador inglés en 2008.
Uno se queda, aunque no lo quieran, porque quiere; el otro se queda, porque lo quieren, aunque él no quiera. Fabio Capello, campeón del mundo de la soberbia, permanece en su puesto como seleccionador inglés, pese al oprobio que ha llovido sobre su cabezota tras el fiasco que protagonizó en Sudáfrica. Cesc Fábregas, campeón del mundo de fútbol, sigue como capitán del Arsenal, cuya afición le adora pese a su nada disimulada frustración al no poder volver este verano al club de sus sueños y de su adolescencia, el Barcelona.
Por razones bien distintas, Capello y Fábregas están bajo la lupa en el comienzo de la temporada inglesa
Ambos están bajo la lupa en un comienzo de temporada inglesa marcado por la resaca de la lamentable actuación de Inglaterra en el Mundial. Cayó sin juego -cosa que sorprendió solo a los que no conocían a Capello- ni fuego, lo mínimo que se espera de un conjunto que viste la camiseta de los tres leones. Reina la indignación ante su tozuda permanencia y el escepticismo ante la misión que se ha propuesto, en el agrio otoño de su carrera, de reconstruir una selección cuyos mejores jugadores envejecen, sin jóvenes promesas a la vista. A no ser que la vanidad del sargento italiano, cuyo inglés es desastroso, le haya dejado ciego del todo, solo le puede quedar un motivo para seguir donde está: el consuelo de los siete millones de euros anuales que le pagan.
Pero a Fábregas, ¿qué consuelo le queda?
Pues, si busca, algo encontrará.
Primero, no tiene motivos para estar resentido con el Arsenal; no tiene nada que recriminarle a su entrenador, Arsène Wenger, que hubiera caído en la más grave irresponsabilidad si le hubiera dejado irse por los 40 millones de euros que pretendía pagar el Barcelona por su hijo pródigo. Ofrecer por Fábregas la mitad del valor de Zlatan Ibrahimovic hace un año es una tomadura de pelo, y eso Wenger lo sabe mejor que nadie.
El segundo posible consuelo lo encontrará en el buen amor de la afición del Arsenal, que lo vitoreó en su primer entrenamiento pese a saber que no quería estar ahí. Es un buen amor porque es comprensivo. Como ha quedado patente en la infinidad de blogs y tertulias de radio generados por su posible traspaso, lo hubieran entendido, le hubieran perdonado, si hubiera vuelto al club donde se crió y donde actualmente se juega (selección española más Leo Messi) el mejor fútbol del mundo.
Tercero, en la Premier League prácticamente todos los partidos que disputará serán competitivos. En la Liga escocesa -perdón, la española-, solo tendría dos partidos seriamente reñidos en toda la temporada; los demás, trámites cuyo suspense residirá no tanto en los resultados sino en la cantidad de goles que el Barcelona o el Real Madrid marquen.
Y cuarto, tendrá más visibilidad global, para deleite de sus patrocinadores, en Inglaterra que en España. Como se vio en Sudáfrica, donde los jugadores españoles más conocidos fueron los que juegan o han jugado en la Premier, el fútbol que el mundo sigue en televisión es el inglés.
Si Fábregas es capaz de superar su decepción y volver a rendir al magnífico nivel que demostró la temporada pasada con el Arsenal, se convertirá en el jugador más admirado de Inglaterra, que es casi, casi, sinónimo de ser el más admirado del planeta.
Fábregas todo esto lo debe de entender. Se ha comportado con inteligencia, sinceridad y elegancia durante el culebrón mediático que, muy a su pesar, ha protagonizado a lo largo de los últimos tres meses. Tras sus decisivas aportaciones en la conquista de la Copa del Mundo, está, a sus 23 años, en la gloriosa primavera de su carrera profesional. Capello, con 41 años más, hace el ridículo. De sargento a bufón.
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