El debate de los toros

No me gustan los toros, pero soy contrario a su prohibición: a quien no le gusten, que no vaya a la plaza. Además, entiendo que las sospechas de sesgo político de la decisión del Parlamento catalán no carecen de fundamento: es obviamente una razón política la que justifica prohibir los toros y no los tétricos correbous, que someten al animal a todo tipo de sevicias.

Dicho esto, me llama la atención la intencionada parcialidad de muchos argumentos protaurinos, como en el artículo Nuestro sí a la fiesta, publicado en EL PAÍS de 10 de agosto. Dicen los autores: "una fiesta que es legalmente cultura en toda España, es tachada de ilegalidad en Cataluña".

Pues no, en Canarias es ilegal desde hace 20 años: un claro ejemplo de supresión de una prueba que contradice la argumentación, esto es, de falacia retórica. Si se consigue revocar la decisión del Parlamento catalán, ¿se revocará también, por los mismos motivos, la del Parlamento canario? ¿O será que la prohibición es válida si no es sospechosa de antiespañolismo?

No lo sabemos, pero la omisión de un dato tan relevante induce a pensar que el elemento político es precisamente lo que muchos protaurinos necesitan para azuzar los ánimos y enconar el debate sobre una fiesta que, por lo demás, se estaba muriendo en Cataluña de puro anacrónica.