Una guerra privada
Después de casi nueve años, sobre la guerra en Afganistán se ha dicho ya casi todo, de hecho, si no fuera por el recuento creciente de víctimas civiles que hace Naciones Unidas -1.271 en el primer semestre de 2010- y que publica cada seis meses, perdería actualidad.
¿Por qué una guerra tan larga no ha movilizado en su contra a la sociedad? En realidad se trata de una guerra profesional, los combatientes son soldados que han elegido su destino como carrera o son empleados de empresas de seguridad paramilitares, su labor está suficientemente remunerada, y el coste en vidas humanas es asumible, no es superior a los muertos en carretera o por suicidio.
Esta guerra, como otras muchas actividades económicas, es un asunto privado, un proceso de expropiación forzosa, decidido con alevosía preventiva por la parte más fuerte, y que ha de ejercerse, contra los afganos talibanizados, para garantizar un bien común superior: el suministro de energía a la sociedad de consumo que nos protege.
No hacemos guerras nacionalistas y coloniales como las de los siglos pasados, ni de ocupación, no queremos apropiarnos de su riqueza, no hemos ido a combatir sino a construir mercado, consolidar gobiernos y formar ejércitos autóctonos capaces de mantener nuestro orden y defender nuestra seguridad en la zona, para que también allí se consolide la "libertad duradera".
Esta labor implementadora de desarrollo y progreso económicos quien mejor la hace son los emprendedores privados, no lo olvidemos.
El horror y la impunidad que denuncian los archivos militares filtrados (Wikileaks) son de la etapa inmediatamente anterior, ahora estamos en otra distinta, más constructiva. Además las víctimas civiles las causan en un 76% los insurgentes, los AGE (Anti-Government Elements) en el lenguaje de la ONU.
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