La leyenda del forajido Watson
La extensión de esta novela es descomunal, pero también es desmesurada la ambición de su autor, que prácticamente le ha dedicado treinta años de su vida. Esto no le concierne al lector, aunque tranquiliza saber que no es un capricho colosal. No podría serlo, el tema de País de sombras se nutre de la tragedia; y no es una narración exhaustiva, sino que está dominada por un exceso de escrupulosidad, como si constantemente el autor percibiera, en cada línea, que nada puede garantizar la verdad de lo que se cuenta, y así al lector le alcanza esa apoteosis de la materia narrativa que construye una leyenda.
En País de sombras Peter Matthiessen indaga, con una convicción igualmente concluyente y nebulosa, sobre el prestigio, la ambigüedad y el terror que ha suscitado la figura de Edgar J. Watson, que fue plantador en los manglares de Florida, forajido heroico a quien se atribuían varios crímenes, entre ellos la muerte de la Reina de los Forajidos Belle Starr (de cuyo asesinato fue juzgado y absuelto), y que acabó acribillado por sus vecinos en 1910 (recibió un total de 33 balas disparadas por una veintena de hombres, y nunca quedó claro si se trató de un linchamiento o de un acto de defensa), a los 55 años, después de tres matrimonios y varios hijos, no todos legítimos, el último nacido el mismo año de su muerte. Matthiessen rastrea minuciosamente las causas que provocaron la ejecución de Watson, un suceso de improbable exactitud que se convierte en el núcleo expansivo de esta insondable novela, compuesta, según su autor, de "variaciones entretejidas de la evolución de una leyenda". En la primera parte, despliega un complejo perspectivismo que entrelaza la voz de todos los implicados en la historia, para exponer luego la pesquisa judicial y tentativamente biográfica, asumida por uno de los hijos, investigación que cubre la parte central, y se completa con el relato del aterrador Watson, que en la tercera parte cuenta él mismo las proezas de su vida, en un testimonio irremediablemente salpicado de sospechosas mentiras, y no obstante inapelable, en la medida en que se impone como la declaración de un muerto.
País de sombras
Peter Matthiessen
Traducción de Javier Calvo
Seix Barral. Barcelona, 2010
1.132 páginas. 29,90 euros
Esas tres partes habían sido tres novelas que se publicaron independientes, aunadas con la fórmula de la trilogía, cosa que no satisfizo a Peter Matthiessen, cuyo proyecto sólo ahora, otra vez reelaborado, cabe considerar definitivo. El resultado es un texto compacto insertado de lirismo y brutalidad, donde la historia (el desmembramiento de la guerra de Secesión, la exaltación patriótica propiciada por la guerra de Cuba) se fusiona con el género del western (aparecen los hermanos James y el juez de la horca) en una inusitada porosidad que recoge el aliento de los grandes autores norteamericanos, desde Mark Twain a Faulkner, sin omitir el delirio de Melville, en una epopeya agotadora e interminable de "esa estirpe de gente alocada que ha hecho grande a este país". Aquí un forajido es un hombre a quien "la mala suerte ha llevado a la desesperación", y un hombre con espíritu emprendedor alguien que trabaja "por el progreso de un país sin perder nunca de vista sus intereses privados". Todo esto, y mucho más, lo representa Edgar J. Watson, en quien la tenacidad y el ansia de posesión se imponen por encima de cualquier calificación moral.
Sin embargo, aun conociendo infinitos detalles de su insólita peripecia vital, proporcionados desde todos los puntos de vista posibles, la figura de Watson nunca se concreta del todo, sino que se difumina, oscureciéndose a medida que más creemos saber de él. Y eso que, prácticamente, no hay página de la novela en que no esté presente de una manera o de otra. Watson ocupa el inmenso territorio narrativo construido por Matthiessen, pero no constriñéndose a su espacio, sino desbordando sus límites. La novela así es un sistema de aprehensión que, a la vez que se manifiesta capacitada para concentrar las transformaciones y enmiendas de una existencia en sí misma incomprensible, se declara igualmente ineficaz para lograrlo. No es éste un escrutinio para dar paso a una impugnación sobre el valor de País de sombras. Al contrario, intento rubricar una de las mayores virtudes de esta obra, que por lo demás rebosa de eficacia, sin olvidar que su lectura es como un triple maratón en el que el lector participará exhausto. Pero sólo así podrá registrar y acaso discernir la fulguración y caída del pionero Watson, o la materia, oscura y vertiginosa, con que se construye un país.
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