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Columna
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MARSHALL

Menos mal que quitaron de la entrada de Marbella esa valla de bienvenida a la mujer de Obama. Acaso fue la mano milagrosa del cine, alertando a los marbellíes contra la repetición extemporánea del Bienvenido, míster Marshall de Luis García Berlanga, la que disipó la amenaza de ese apósito urbano. Da igual: las televisiones y los restantes ecos mediáticos (webs, radios) han hecho de este recibimiento de ayer un espectáculo tan grande como el circo que por las tardes montan, a costa de la vida ajena, la mayor parte de las pantallas.

No se ha dado, claro, un espectáculo como aquel de Bienvenido, mister Marshall. Pero el fantasma está en el ambiente; eso no nos lo quita ni Dios. El maestro Berlanga vio en aquel alcalde que hizo Isbert la metáfora de una España que no sabía dónde poner su dignidad en tiempos de penuria. Y entonces hizo una película para reírse de la ansiedad por recibir a Marshall, el norteamericano.

Ahora el norteamericano es Michelle, una mujer, la esposa del presidente Obama. Cuidado que estos días se ha gastado papel y video anunciando este encuentro entre la ansiedad de Marbella y el deseo de relajo de la mujer del hombre más poderoso de la tierra, en quien concurre, además, la circunstancia de ser un tipo más simpático que aquel que pasó de largo en la famosa película.

El argumento de la obra, ahora, es la crisis del turismo, que además está recibiendo una estocada de los controladores aéreos, cuya huelga ya no es la amenaza de todos los veranos, sino LA amenaza.

En ese contexto, la visita de Michelle Obama parece dar un respiro. Es probable que en mejores tiempos (en tiempos de bonanza) esta visita hubiera sido recibida con iguales pañuelos. Pero es cierto también que lo que ha dicho, con el mismo humor que Isbert, el director del hotel marbellí donde se aloja la esposa de Obama, remite a una menesterosidad que ya no nos callamos. Decía que ya era hora de que Marbella fuera noticia por otras cosas que por las que fue noticia la ciudad tantas veces en el pasado reciente. Pues sí. La visita ha tenido el mérito, además, de recordarnos la atmósfera de una película de la que no acabamos de salir nunca.

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