El Carmel, más cerca
Expectación de los vecinos en el estreno del metro
Conchita Ibarz fue desalojada de su casa, del número 51 de la calle de Sigüenza, el 27 de enero de 2005 y regresó a su casa la noche de San Juan de 2007. Fue la finca -al margen de las que tuvieron que ser derribadas y la que desapareció engullida- que se quedó casi suspendida cuando se hundió el túnel del metro del Carmel. Ayer era una de las vecinas del barrio que esperaba con curiosidad ver salir a los primeros pasajeros del viaje inaugural de la prolongación de la línea 5 del metro, desde Horta hasta Vall d'Hebrón.
El séquito lo encabezaba el presidente de la Generalitat, José Montilla, y el alcalde, Jordi Hereu. A su salida, algún pitido -pocos- y algún aplauso para compensar. La escena era en la plaza de Pastrana, en la que todavía se trabaja en su urbanización. "Qué quieres que te diga. Claro que me alegro de que por fin llegue el metro, pero es que lo hemos pasado muy mal", comentaba entre un grupo de amigas. Mientras los técnicos calibraban si la finca donde vivía se tenía que derribar o no y hasta que la reforma se dio por concluida pasó un año y medio. Durante ese tiempo su morada y la de su marido fue una habitación del hotel Atenas. "Nada que decir de la atención, que fue muy buena. Pero claro, los vecinos, es decir, los que se alojaban en las habitaciones contiguas... pues había de todo". En total se desalojaron de sus casas a 1.241 vecinos.
Los desalojados saludan la mejora, pero no olvidan el mal trago pasado
Conchita piensa utilizar el metro. Como gran parte de los vecinos del Carmel, llevaba años esperando un mejor transporte: "Me instalé aquí hace 33 años y hemos tenido que hacer combinaciones de autobuses hasta Horta -metro línea 5- y caminar para ir y venir del trabajo". Muchos hacían cálculos del ahorro de tiempo que les supondrá el metro.
Sea por el efecto del hundimiento o por la profundidad de las estaciones, algunos decían que no pensaban utilizar el metro. "Ni hablar, yo no bajo a 50 metros de profundidad. Yo, por arriba", decía, tajante, Mónica, detrás del mostrador del quiosco de la calle de LLobregós, a un paso de la boca del metro. Ella, junto con su familia, fue una de las más afectadas por el accidente. Vivían en el número 10 del pasaje de Calafell. Una de las fincas derribadas.
En el mercado, en las tiendas y en todas las partes, ayer, el tema de conversación era el metro. Días atrás recibieron un folleto en sus casas -con la firma de José Montilla y Jordi Hereu- que les comunicaba que este fin de semana tendrían jornada abierta. Es decir, que no pagarían. Lo comentaban varias mujeres en la puerta de la peluquería Broto, en la plaza de Pastrana. A la dueña lo que más le importaba era que, por fin, acaban las obras: "Hemos estado siete años con una valla delante de la puerta, que se dice pronto".
"¿A qué hora lo abren?", era la pregunta ante las bocas del metro. "A las tres, señora", contestaban los empleados. Y a las tres en punto, unos 30 vecinos aguardaban en el acceso de la calle de Llobregós. Algunos cámara en mano, como Pablo, un chaval de 11 años que es un loco del metro y los trenes. Luego, a las relucientes profundidades del flamante metro del Carmel.
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