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Columna
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Un agosto entretenido

Dudo de que los políticos sean conscientes de lo que nos aburren a lo largo de la temporada, salvo en el caso, como ocurre con los toreros de postín, de que sufran en una mala tarde una cornada de feroz intención y pronóstico reservado. En eso al menos se parecen muchos jueces a los médicos de enfermería de plaza de toros, que todo es reservado hasta que deja de serlo, lo mismo que a los políticos. Propondría un sindicato transversal integrado por jueces, políticos y toreros, presidido por Albert Boadella. Pero ni me apetece ni creo que la iniciativa tuviera éxito. Ahora toca descansar, según marca el calendario irrisorio que rige nuestras vidas. Aunque no veo dispuesta a descansar a Rita Barberá hasta que no masacre a unos cuantos a cuenta del asunto del ya llamado caso Laterne, un asunto tenebroso, por decirlo en términos de Georges Simenon, que tal vez dificulte las merecidas vacaciones de nuestra querida alcaldesa. Hay mar de fondo y no conviene bañarse en según qué playas, por ello resulta encomiable la exigente actitud de Carmen Alborch en fechas tan dadas a la desidia.

El periodo vacacional por excelencia discurrirá entre el temor a la llamada del móvil y el desasosiego a que no se produzca, en un sin vivir en el que más de un móvil quedará para siempre descompuesto entre el oleaje de las playas. Si el otoño va a ser duro, y no voy a citar al gran Gil de Biedma, el verano no va a ser blando, aparente paréntesis de una ordalía imparable donde los caballos de estirpe troyana van a correr despavoridos sin saber exactamente la catadura humana del material que ocultan en sus tripas, pateando sin piedad a todo el que encuentren en su camino y entorpecidos en su desbocada carrera por la sospecha de que el ganador bien puede encontrarse en la trena cuando se publique la foto-finish de su presunto éxito. Y no hablo exactamente de Carlos Fabra porque no me da la gana.

Va a ser un agosto de agobio, con el personal de postín con tiempo suficiente para rumiar lo que ha ocurrido y muy entretenidos tratando de anticipar las posibles consecuencias de tanto suceso junto, y eso en el caso de que no se produzcan otros sucesos acaso más penosos todavía en pleno Misteri d'Elx. Y así como el Rey acude a Santiago y no vacila en pedirle al Apóstol que nos eche una mano para salir de esta, bien haría Francisco Camps, si es que acude a la basílica ilicitana, en arrodillarse como el escultor de la canción La Maredeueta entre el Araceli del Misteri y la ascensión final de la Virgen a los cielos mientras atruena el órgano, aunque tanto en un caso como en otro puede sospecharse que las divinidades homologadas no acostumbran a sacar a los pobres humanos de los muchos follones y despropósitos en que incurren, bien sea a lo largo y ancho de su vida o bien se limiten a los periodos más exultantes de su existencia.

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