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Columna
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Las mañanas del mañana

A ver si hoy, 28 de julio de 2060, es un buen día. Desperezándome, somnolienta, me preparo mis transcereales. Me los como saboreándolos con deleite, mientras repaso en la pantalla de la cocina los cinco periódicos a los que estoy suscrita. Como de costumbre, empiezo por Dreams, ese diario tan chulo que se divide en dos: la sección de diurnos y la sección de nocturnos. Ya que vengo de ese reino intrigante, empiezo por leer el relato de algunos sueños que ha tenido la gente esta noche. Me troncho con las descripciones de Kazuo y Keiko, dos hermanos gemelos, uno que vive en Osaka y otro en Berlín, y que escriben cada madrugada sus sueños por separado y con un agudo sentido del humor, sueños que se parecen misteriosamente, con pequeñas variantes que diversos internautas expertos en neopsicoanálisis disfrutan descifrando. Yo también escribo en breves apuntes mis terrores nocturnos. Esas bocas que se abren y salen cuchillos afilados, voladores, etc. Al poco rato, algún deshollinador de sueños, en alguna esquina del mundo, me habrá escrito su interpretación. Si le contesto me van a dar las tantas, así que prefiero seguir repasando los diarios.

Veamos qué tenemos hoy en Nire mundua / My World, el periódico superpersonalizado. Algún tipo de cerebro digital consigue juntar y editar, no sé cómo, sólo para mí, las noticias diarias de la gente que me importa. Los extraen de sus blogs, de sus webs, de sus emails (con su permiso) y me hacen un popurrí, con muchas fotos y titulares sensacionalistas. A veces me parece que invado demasiado su derecho a la privacidad, pero luego recuerdo que ellos estarán en sus cocinas electrónicas enterándose también de mis desengaños amorosos (y de mis sueños con cuchillos afilados) y me digo que es la época que nos ha tocado vivir. Paso rápidamente al diario Imagine, que me llena la cocina con los acordes de la canción de Lennon, un clásico del siglo pasado. Allí la gente sube a diario una imagen que le hace feliz, como una metáfora o promesa de un futuro mejor. Me gusta proyectarlas por toda la estancia, con su juego de luces y sonidos. La mayoría son preciosas, me llenan de energía.

Antes de ir al trabajo, terminándome mi transcafé, miro la Bolsa. La cocina se llena de columnas de cifras, flexibles y crueles como fustas de mimbre. Aunque eso sí, siempre tengo la prevención de hacerlo desde el periódico La Bolsa o la Vida, muy recomendable porque intercala pedazos de Vida (esa música neofunky, tan contagiosa y vivaracha) en la Bolsa. Y aunque no tenga muchas ganas, también le echo un vistazo a la edición digital de EL PAÍS. Qué cruz. ¿Es real todo eso? ¿Existe de verdad la política, influye, decide, gobierna? ¡Tiene un aire tan fantasmal frente a los demás diarios visitados! Pero es tardísimo, apago todos los dispositivos electrónicos, me visto este precioso vestido de tejido inteligente y salgo...

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