El bicentenario de unos restos
¿O son los restos de un bicentenario? Los que hoy, en todo caso, se manosean son los del Libertador Simón Bolívar, fallecido en Santa Marta, Colombia, en 1830, cuando de nuevo partía para el exilio; quien los manosea es el presidente venezolano Hugo Chávez, su máximo admirador y autoproclamado albacea político; y, en medio de la ruptura de relaciones diplomáticas con Bogotá, el objeto de la necrófila pesquisa es determinar si el líder latinoamericano fue asesinado o murió de causas naturales.
La exhumación de los restos del prócer ha sido intencionada, de forma que, al igual que la guerra, sea la continuación de la política por otros medios. En esta contienda de gestos y fintas metafóricos, lo que mejor cumpliría los deseos del venezolano habría de ser que Bolívar hubiera muerto asesinado y que las sospechas recayeran en Francisco de Paula Santander, primer presidente de Colombia. En el relicario particular de Chávez hay una densa jerarquía de buenos y malos, en cuyo último renglón hay que incluir al venezolano Páez, jefe de los llaneros que tanto contribuyó a la derrota de los españoles, denostado por preferir la independencia de su país a la consolidación de la Gran Colombia, y Santander, general conservador que no tenía en especial estima a Bolívar, y cuyas mejores intenciones trató de frustrar con contumaz frecuencia. La operación de fondo, sin embargo, más allá de una trifulca escandalosa pero en absoluto definitiva con el presidente colombiano ya casi cesante, Álvaro Uribe, es la de establecer las vinculaciones histórico-políticas entre el Libertador y el "socialismo del siglo XXI", en versión chavista. ¿Pero quién era el Libertador?
La exhumación de Bolívar es la continuación de las políticas de Chávez por otros medios
Es posible que Bolívar tuviera genes de color, lo que en la época no debía extrañar, pero no por ello era menos aristócrata y terrateniente, señor de vidas y hacienda, que sacrificó en la lucha por la independencia. Lejos de haber dos bandos delimitados en las guerras contra España -criollos americanos contra españoles peninsulares- la cosa era más compleja. Hubo al menos cuatro facciones en disputa: los realistas conservadores que pretendían mantener la colonia como si a comienzos del siglo XIX nada hubiera cambiado, entre los que había peninsulares pero también criollos; los constitucionalistas, cobijados por la Carta de Cádiz de 1812, que aspiraban a una igualdad entre "españoles" de ambas orillas, y, con ello, la preservación del imperio, donde tampoco faltaba el criollato; los autonomistas, que confiando en que la Constitución española diera más de sí de lo que nunca dio, se habrían contentado con una independencia que respetara la conexión imperial, causa popular entre los americanos de afectación oligárquica; y los que eran, pura y simplemente, independentistas, entre los que había peninsulares. Bolívar nunca fue partidario de mantener lo que se ha llamado "la máscara de Fernando VII", pero supo tragarse sus preferencias cuando fue preciso.
El Libertador manejaba tres ideas-fuerza: independencia real; república centralista para Colombia, Venezuela y Ecuador, y confederación con el resto de la América Latina de habla española. Y cuando la lucha pareció inevitable supo satanizar al enemigo porque solo una oposición irreductible entre "españoles y canarios" -como decía- y americanos podía servir a sus propósitos. El verdadero enemigo de Bolívar no eran, sin embargo, los generales Monteverde o Morillo sino la Constitución gaditana. Un triunfo del liberalismo español, que hubiera llevado a mayor generosidad a los constituyentes, podría haber escrito una historia muy distinta.
El prócer fue un pesimista antropológico, que no creía en la altura política de sus pares criollos, que quería la libertad para los esclavos y la incorporación del indígena a la sociedad de blancos a la que él pertenecía, pero que solo ofreció esa libertad a los que combatieran por la independencia, resignándose a que la esclavitud le sobreviviese -fue abolida a partir de 1850- porque eso le habría acarreado problemas con autonomistas y constitucionalistas, a quienes necesitaba. Bolívar era un radical para su época, pero no puede ser precedente de socialismo alguno, porque no podía tener una noción clara de lo que eso significaba.
Si Chávez se cree hoy la cuasi encarnación del prócer caraqueño, igual que identifica a Uribe con Santander: "Traidor, enemigo de Bolívar, enemigo de la patria, y pro-yanqui" -como ha dicho-, lo hace dando un brinco en el tiempo que ni el Gran Salto hacia delante de Mao en los años cincuenta del pasado siglo se le puede comparar en trayectoria, aunque sí en lo escaso de sus resultados.
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