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Columna
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Vacaciones y crisis

Tenía la impresión, dada la actual crisis y la desesperanza que trasmite el PP, de que no íbamos a tener descanso este verano. Las vacaciones, pensaba, no volverían a formar parte del panorama de los españoles durante mucho tiempo. Nada de playas, sierra, de ir al Camino de Santiago o de salir fuera de España para dejar que nos pasen unos días y volver diciendo esa frase tan original: "Ya estamos otra vez aquí con las pilas cargadas". El pensamiento era razonable. La crisis, que es como se llama ahora a la desaceleración de antes, es una realidad. El paro es uno de sus reflejos y el anuncio de una huelga general por parte de los sindicatos para septiembre, otro. Desde su anuncio me estoy preguntando el porqué dejar la huelga para septiembre. Me contesto que, o es obligada por las medidas anunciadas, y debió haberse hecho ya, o no lo es, y solo es una pantalla formal a unas medidas imprescindibles para hacer frente a la crisis, en cuyo caso su fracaso estaría garantizado.

En fin, que estos pensamientos me estaban haciendo perder un poco esa sensación de felicidad que trae el descanso y me impedían compartir, como hago siempre en estas fechas, mis días de tranquilidad con todos y despedirme, un año más, en mi viaje de siempre a Cabo de Gata. Me sentía insolidario. Por un lado, ya estaba disfrutando mentalmente de esos días de descanso; por otro, me avergonzaba irme de vacaciones. Era algo así, como si no tuviera derecho, como si irse de vacaciones, si estar 15 o 20 días en la playa con familia y los amigos me hicieran ser una persona privilegiada y diferente.

Sin embargo junto con estos sentimientos, que surgen de la crisis, me llegaban otros mensajes. En las noticias, en la prensa, en los medios de comunicación, en general, se dan día a día informaciones sobre la ocupación de las playas, las sierras, el Camino de Santiago... Unas noticias y unos reportajes que dicen que todos estos espacios están hasta la bandera y que el Santo Santiago ha tenido en su fiesta más de 5.000 fuegos artificiales (la Iglesia hace milagros con la casilla del IRPF). Y que las posadas del camino han sido insuficientes para atender a tanto peregrino. Es más las colas para abrazar al santo llegaban hasta más allá de Santiago ciudad.

Todo me confundía hasta el punto que me preguntaba algo tan ilógico como si la crisis y las vacaciones pueden convivir durante quince días. Me contestaba que no. Que no debía ser así y, como no terminaba de creerlo, hablé con la familia, los amigos y los vecinos para saber qué iban a hacer este verano. Algunos, pensé, no tendrán vacaciones. Si es así, les puedo invitar unos días a la playa, me dije. Pues no. Todos, sin excepción, me dijeron que se iban de vacaciones: Venecia, Finlandia, Suiza... Con estos destinos callé las mías. Si las comparo, no resisten un mínimo examen. De todas formas sus respuestas me consolaron y mis sentimientos de vergüenza e insolidaridad se alejaron un poco.

No obstante, aunque se alejen estos sentimientos y la familia, los amigos y los vecinos se vayan de vacaciones, hay crisis. Una crisis que hace que numerosas personas no solo no tengan vacaciones, sino que les faltarán otras muchas necesidades. Los que las seguimos disfrutando no deberíamos olvidarlo y no adormecer la realidad con imágenes y noticias que trasmiten una felicidad de todos y que, en el fondo, lo que hacen es impedir que se cuelen la tristeza y el paro. Es malo para los negocios.

Sí, una vez más, me voy de vacaciones. En esta ocasión con deseos de dejar pasar la tensión y la angustia de este año. También sabiendo que las playas están llenas y que la familia y los amigos van a tener su descanso, pero también que el paro y la crisis han dejado espacios sin llenar en las playas. Unos espacios que deberían hacer reflexionar a los políticos y hacer que su única preocupación fuera la de corregir estos desequilibrios y no dar satisfacción a sus ansias de poder.

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