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Reportaje:

Cómo conjugar ocio y seguridad en las vacaciones

Un centenar de policías y guardias civiles vigilan los festejos de Villalba

F. Javier Barroso

"Pero si estoy bien. No me quiero mover. Déjeme aquí sentada". La que habla es una chica de 16 años. Muestra unos claros síntomas de embriaguez y solo quiere tumbarse en el banco. "¡Eh, que no te duermas!" le chilla el sargento de la Policía Local de Collado Villalba. Es la primera incidencia de una noche de fiestas en este municipio cercano a la sierra. El dispositivo de seguridad lo forman 85 guardias civiles y 32 agentes municipales que pasan muchas veces de forma inadvertida.

La joven casi no se tiene en pie. Dice que ha bebido vodka con limón, pero que no ha comido nada. Se resiste a ir con los voluntarios de Protección Civil. Al final los policías lo consiguen, pero con gran esfuerzo. "En estos casos la llevamos al centro de salud y, cuando ya está estabilizada, avisamos a sus padres. Es el protocolo de actuación", explica el sargento.

"No entiendo cómo puede salir la gente a divertirse con destornilladores"

Es poco antes de la medianoche y la velada comienza tranquila. En las afueras del recinto ferial hay unos 10 hombres hablando. Hacen un corro entre ellos. Nadie sospecha, por su juventud y la forma en que van vestidos, que son guardias civiles. Pertenecen al grupo de Información, que se encarga de la lucha contra las bandas urbanas. Cuando ven a alguien que les infunde sospecha, le identifican.

Mientras, otros agentes están repartidos por otras zonas calientes del municipio, como una céntrica plaza en la que está tocando La Oreja de Van Gogh. Varios miles de personas se congregan, mientras policías municipales controlan el acceso. "La gente viene con ganas de divertirse y no suele meterse en problemas", reconoce el sargento. En la mente de todos resuenan los ecos de los disturbios de los festejos de Pozuelo de Alarcón del pasado septiembre. Más cercanos, los de Torrelodones de la semana pasada, en los que hubo seis jóvenes detenidos por destrozos y desórdenes públicos. "El error fue apagar la música tan pronto. Los jóvenes a las dos de la madrugada tienen ganas de divertirse", añade el mando.

El dispositivo de vigilancia se ha reforzado. La Junta Local de Seguridad se reunió días antes y decidió sacar todos los efectivos que se pudieran. También se encargó de este refuerzo la Delegación del Gobierno en Madrid. En el despliegue, llaman la atención los guardias civiles del puesto de Villalba vestidos con el uniforme de campaña y el chaleco antibalas. Ahora están apostados en la entrada del ferial y registran a toda persona que les resulte sospechosa. Los candidatos: chicos con pelos de punta, andares chulescos y estética de bakala. Y los registros dan resultados: los guardias han decomisado varias piedras de hachís, varias dosis de cocaína, un cúter, un puño americano y un mosquetón de montaña. "No entiendo cómo puede ir la gente hasta con destornilladores a divertirse", comenta un mando del instituto armado. Sus poseedores recibirán la correspondiente multa de la Delegación del Gobierno. En algunos casos, hasta 600 euros.

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"Si de algo podemos presumir, es de coordinación. Trabajamos mano a mano con la Guardia Civil y los servicios que no puede hacer uno los hace otro. Es fundamental para ofrecer un buen servicio al ciudadano", explica el concejal de Seguridad, Juan Concepción Jiménez.

Y el dispositivo se deja sentir. A simple vista. Los policías municipales no dejan de patrullar por el recinto ferial. Van de dos en dos. "No solemos tener carteristas. Saben que estamos muy cerca. A eso se une también que no hay grandes aglomeraciones de personas, sobre todo, al ser un recinto tan grande", añade el mando policial. Cuando empieza a funcionar la zona de la carpa, donde sí se vende alcohol a mayores, la cosa cambia. Se infiltran los agentes de Información. "Es el único punto donde puede haber problemas. La gente aguanta hasta las cinco y después sabe que no va a seguir la música", reconoce un policía municipal.

A unos 400 metros está la zona de botellón de Villalba. Centenares de jóvenes se congregan en el aparcamiento de un hipermercado a beber y a escuchar música. "No dan problemas. Alguna discusión y poco más. Además, como no hay viviendas cerca, no hay muchas llamadas", afirma el policía mientras pasa con el patrulla. Algo parecido ocurre en el parque junto al ambulatorio, que sí está en pleno casco urbano. Congrega a decenas y decenas de jóvenes. Cuando terminan, dejan todo lleno de desperdicios, pero no se meten en problemas.

"¡Atención, jóvenes con la música alta y tirando botellas a la calle!" escupe la emisora policial. Son las cinco de la madrugada. "A esta hora, son los incidentes que se dan, pero vamos, con la cantidad de gente que ha estado en la calle son los menos", concluye el mando. La policía acude y todo se queda en una advertencia. Despunta el sol y los miles de jóvenes comienzan a irse a sus casas. Cargados de alcohol, con los ojos inyectados en sangre, cansados. Pero sin producir altercados. Ya ha pasado uno de los posibles momentos críticos de las fiestas de Villalba.

Un policía municipal de Collado Villalba habla por radio dentro del recinto ferial.
Un policía municipal de Collado Villalba habla por radio dentro del recinto ferial.SAMUEL SÁNCHEZ

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Sobre la firma

F. Javier Barroso
Es redactor de la sección de Madrid de EL PAÍS, a la que llegó en 1994. También ha colaborado en la SER y en Onda Madrid. Ha sido tertuliano en TVE, Telemadrid y Cuatro, entre otros medios. Licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid, está especializado en Sucesos y Tribunales. Además, es abogado y criminólogo.

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