Cartageneros en la onda
Prestigiosos arquitectos españoles trabajan en la ciudad en proyectos que suponen una ejemplar transformación
Antes muerta que sencilla. Si las ciudades cantasen, esa sería la copla favorita de esta urbe pasional, temperamental, hecha como a arrebatos o chispazos fulgurantes seguidos de apagones históricos. Una población que ya existía antes de ser fundada por Asdrúbal (fe de ello dan las barcas fenicias que siguen sumergidas en su bahía), refundada por los romanos como la nueva Cartago, pieza clave en los mapas militares del siglo XVIII, protagonista proteica en la aventura federalista de la Primera República, cuando el cantón de Cartagena se erigió en nación soberana, acuñó moneda y pidió a Estados Unidos su ingreso en la Unión; un episodio que duró seis meses (1873-1874) y fue novelado por Galdós (De Cartago a Sagunto) y Ramón J. Sender (Mr. Witt en el cantón). El último fogonazo se está produciendo ahora mismo, y tiene que ver con la arquitectura.
Guía
Dormir
NH Cartagena (968 12 09 08; Real, 2; www.nh-hoteles.com. Desde 70 euros.
Comer
ARQUA (902 73 36 99; Muelle Alfonso XII, 22), el restaurante del museo, con vistas a la bahía. Precio medio, 30 euros.
Información
Cartagena Puerto de Culturas (968 50 00 93; www.cartagenapuertodeculturas.com).
Oficina de turismo (968 50 64 83; plaza del Almirante Basterreche. www.catagenaturismo.es.
Parece que el ego de esta ciudad ha encontrado por ahí un desahogo (lo que no quita algunas pintadas que piden ahora que la comunidad murciana se segregue en dos provincias y una, claro, sea Cartagena). La fiebre por el ladrillo de diseño se deja notar más en un vecindario como este que ronda apenas los 230.000 censados. Tal afición se canaliza sobre todo en proyectos que tienen por objeto lustrar los vestigios del pasado, arropándolos con un envoltorio de perfiles vanguardistas. Pero no faltan edificios deslumbrantes de nueva planta y, en general, una apuesta por llevar a pavimentos, farolas o mobiliario urbano un aire a la última.
Entre las recuperaciones, el proyecto estrella es el teatro romano. En año y pico que lleva abierto al público se ha convertido en el monumento más visitado de la región. Hacia 1990 se supo que el teatro estaba ahí, bajo humildes casuchas del barrio pesquero, que el consistorio compró y demolió. La labor arqueológica ha ido acompañada de un plan maestro a cargo de Rafael Moneo. Este se ha encargado de aunar, de forma laberíntica pero eficaz, todas las piezas del puzle. Su trabajo, además del éxito de público, ha merecido varios premios.
Que Cartago Nova dispusiera de un teatro tan capaz (es un metro más grande que el de Mérida: para unos 6.000 espectadores) indica que era ciudad importante. Los restos romanos se pueden visitar a saltos, en catas abiertas a lo largo del casco antiguo, convertidas en "centros de interpretación" con una intervención arquitectónica admirable. El Decumano (calzada, con tiendas y termas) fue acondicionado por el arquitecto Pedro San Martín. Se abrió en 2003 y ahora se trabaja enfrente para convertir el Cerro del Molinete en un parque arqueológico; a este se accederá a través de un hermoso edificio ya acabado de Andrés Cánovas, un centro de salud con una planta reservada al yacimiento.
La Casa de la Fortuna
Más adelante se puede visitar la Casa de la Fortuna, con mosaicos, frescos y calzada del siglo I, igualmente intervenida por Cánovas, lo mismo que el Augusteum; y la muralla púnica, en la que los arquitectos Alberto Ibero y José Manuel Chacón envolvieron con cristal y hormigón de sugerentes líneas los restos hallados en 1989 de la muralla púnica; es ahora el centro de interpretación de la Qart Hadast cartaginesa.
Fórmula parecida la usada para ofrecer la semblanza medieval de la ciudad. Se echó mano esta vez del Fuerte de la Concepción, castillo levantado en la más alta de las cinco colinas reseñadas por Polibio. Esta colina aglutina varias cosas; además del fuerte (que está siendo readaptado por Chacón) está el ascensor ideado por Andrés Cánovas, Atxu Amann, Nicolás Maruri y Martín Lejárraga para salvar un desnivel de 45 metros, desde la calle de Gisbert a la entrada del castillo. El ascensor (un cilindro metálico exento) es ya todo un icono de la arquitectura española reciente, y va acompañado de unos módulos de hormigón. En ellos se alojan oficinas y la entrada a un refugio de la Guerra Civil (otro centro de interpretación) de los más amplios e impactantes.
El ascensor es además el mejor balcón de la ciudad. Desde allí se cierne, enfrente, otra colina gemela en la que estaba el anfiteatro romano, tapado entre otras cosas por la vieja plaza de toros. El coso se acaba de vaciar y está en marcha un proyecto de Cánovas (para 2012) con objeto de aflorar los restos del anfiteatro y convertir aquello en un centro cultural dedicado al arte actual. Centro que gozará de la mejor compañía, ya que a su lado se encuentra un edificio militar del XVIII revestido de cristal y adoptado por la Universidad, más una obra colorista de Lejárraga a punto de abrir sus puertas, la Casa del Estudiante, más otro edificio de Salvador Martínez y J. M. Chacón dedicado al I+D+i.
Otra de las rutas posibles es la del modernismo. Las bombas arrojadas para poner fin a la aventura cantonal destruyeron el 70% del tejido urbano. Por fortuna, el auge de las minas de La Unión en los años siguientes empujó a la burguesía local a llenar huecos con llamativos palacetes. El arquitecto de moda fue Víctor Beltrí, quien firmó la Casa Cervantes (1900), la Casa Dorda (1908), la Casa Zapata (1906), el Gran Hotel (con Tomás Rico, 1916) y sobre todo el preciosista Palacio Aguirre (1901). A este se ha acoplado una estructura nueva de Lejárraga para formar el MURAM, un museo dedicado precisamente al modernismo.
Pero sin duda lo más vistoso, allí donde Cartagena está echando el resto, es el paseo marítimo. Hace algunos años era un vil aparcamiento y poco más. Los coches han sido desterrados y se ha acondicionado todo el frente marino, teniendo como fondo la muralla de Carlos III y sus jardines. En un extremo, junto al antiguo arsenal (donde siguen ahora los astilleros de Navantia), el neoclásico CIM (Cuartel de Instrucción de Marinería) ha sido transformado por J. M. Chacón en una llamativa Facultad de Empresariales, aligerada la adustez castrense a base de cristal y lonas de aire marinero. En el extremo opuesto, las dos nuevas joyas de la corona, visualmente entrelazadas: el ARQVA y el Palacio de Congresos.
El ARQVA o Museo Nacional de Arqueología Subacuática fue concebido por Guillermo Vázquez Consuegra como una especie de acuario sumergido, para no quitar vista al friso urbano; toda la atmósfera marina de la ciudad parece concentrarse ahí (no estaría mal acompañar la visita con la lectura de La carta esférica, del paisano Arturo Pérez-Reverte, que traduce ese clima al plano literario). El Palacio de Congresos, del espléndido estudio formado por José Selgas y Lucía Cano, estará listo el año próximo. Más avanzada está la obra del nuevo hospital. El proyecto del estudio Casa Consultors i Arquitectes, ganador del concurso público, ha conseguido un hospital tan bonito que habrá quien vaya a querer ponerse enfermo.
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