'vuvuzelas' de jericó
Las trompetas de la crisis resuenan como las vuvuzelas de Jericó. Casi dan ganas de tirarse por el balcón con tanto terremoto, tanta debacle, tanto huracán financiero. Con la que está cayendo, el 99% del trabajo del periodista se reduce a dominar un par de gestos: fruncir el ceño y arquear la ceja con aire condescendiente. Si se hunde la deuda levantas una ceja. Si es la Bolsa, la otra. Si son la Bolsa y la deuda a la vez (y suelen serlo), arqueas las dos (que es más fácil) al pedir explicaciones. Casi todos los meteorólogos que viven de esa seudociencia llamada economía cuentan más o menos lo mismo, con las ligeras variaciones que permite la jerga imposible de los econócratas. Si supieran de lo que hablan serían millonarios, claro. De ahí el ardid de la ceja.
La temporada de huracanes y terremotos es un clásico. Finales del XVII, Francia. El escocés John Law, asesino convicto, jugador compulsivo y genio fracasado de las finanzas, valga la doble o triple redundancia, convence a Luis XIV para que le regale un banco y le deje imprimir billetes: la piedra filosofal en manos de un chiflado. A la vez especula con los terrenos de la Compañía del Misisipi, que explota un inmenso cenagal infestado de mosquitos en Luisiana. A través del banco concede créditos para quien quiera acciones de la Compañía: el fulano hincha tal burbuja que aboca a Francia a la quiebra. Se le considera responsable indirecto de la Revolución Francesa. Que no hay mal que por bien no venga.
Un charlatán llamado Ken Starr es el Law actual, con permiso de Bernard Madoff. Estafó menos, pero con parecido talento. Y entre sus víctimas está Uma Thurman, lo más parecido al Rey Sol en esta Tierra. Aunque Madoff limpió a John Malkovich: dios, en un anuncio de café del caro.
Siempre ha habido Laws y Starrs; el ascenso y posterior caída de memos de alto cociente intelectual es una constante de todas las épocas. Todas las crisis se parecen como gotas de agua. La gente empieza a creer memeces ("los pisos nunca bajarán de precio", ja) y al final el cuento hace plop: los periodistas empiezan a fruncir el ceño y los diarios escriben terremoto, debacle y huracán, como si el disparate fuera obra de la naturaleza. En 10 años ya nadie se acordará del batacazo, y vuelta a empezar. El único aprendizaje es el descubrimiento, decía un tipo genial que parió un libro titulado Trabajar cansa. Parafraseando a Pavese, tal vez una recesión sea la única manera de que aprendamos economía. Pero solo tal vez.
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