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Crónica:TOUR 2010 | 15ª etapa
Crónica
Texto informativo con interpretación

El fin de una hermosa amistad

Contador logra el 'maillot' amarillo con un ataque desencadenado cuando Andy Schleck sufrió una avería

Carlos Arribas

Solo ya jubilados Anquetil y Poulidor o Fuente y Ocaña o Bartali y Coppi empezaron a ser amigos. Colegas de tertulias, de jugar a las cartas, de contarse batallitas, de quedar con las familias. En carrera eran rivales, lo que en ciclismo puede llegar a significar enemigos irreconciliables. Sin embargo, como campeones que eran, conocían el valor de los gestos, de los símbolos, de la generosidad. Merckx nunca fue más grande, quizás, que el día en que se negó a ponerse el maillot amarillo que había perdido Ocaña, caído y herido en el col de Menté.

En Luchon también, en el mismo pueblo pirenaico del gesto de Merckx hace 39 años, ayer Alberto Contador se vistió de líder del Tour entre los pitidos de los aficionados, que no habían entendido que hubiera atacado cuando a Andy Schleck se le había salido la cadena después de un ataque duro, durísimo, en los últimos dos kilómetros del tremendo puerto de Balès. La conclusión de la etapa, la polémica exacerbada quizás exageradamente, demuestra no solo que la amistad pregonada día tras día entre los dos duelistas del Tour, dos rivales en ciclismo, era antinatural, y por lo tanto, condenada a romperse, sino que las victorias pírricas siguen produciéndose. Contador ganó por 8s un maillot amarillo que, quizás, aún no necesitaba -y que contaba con conquistar a lo grande el jueves en la cima del Tourmalet, el símbolo más grande del Tour-, pero perdió, seguramente, la amistad de un corredor, quizás, el aprecio de la afición, y quizás, la oportunidad de haber dejado su sello personal de elegancia y generosidad en su probable tercera victoria en el Tour.

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Como dos amigos que riñen porque uno le levanta la novia al otro, así los dos protagonistas del Tour. En lugar de un capítulo más en la historia de una hermosa amistad, una relación con el luxemburgués de partidas de caza en invierno por los montes de Toledo, de vacaciones conjuntas en playas paradisiacas, el día acabó con Andy Schleck clamando venganza y con Contador declamando un memorial de agravios. "Y recuerdo que obligué a mis compañeros a que pararan el día que Frank y Andy se cayeron en Spa", dijo. "Y recuerdo que al día siguiente atacaron justo cuando nos cortamos detrás de la caída de Frank, y que hice los últimos 30 kilómetros con la bici averiada, y nadie se paró".

Como condenado por una maldición, un Tour más, el chico de Pinto, el mayor talento jamás conocido sobre una bicicleta, se verá obligado a definirse sobre sus relaciones personales, sobre el falso enemigo, sobre el falso amigo, antes que sobre sus capacidades deportivas. Y sus cronistas con él, ya habituados a las paradojas. La del año pasado, la de Lance Armstrong, el enemigo dentro de su equipo; la de este, la de Andy, el amigo con el que se juega el Tour. Qué fastidio.

Todo por un malentendido, un fogonazo. Todo ocurrió en menos tiempo del que se tarda en relatarlo.

Después de que uno tras otro, O'Grady, Voigt, Sorensen el viejo, Fuglsang y Sorensen el joven, sus chicos del Saxo, prepararan el terreno agotándose uno tras otro en llevar al pelotón a vivo ritmo en la ascensión de Balès, Andy, que ya pasó de pegarse a la rueda de Contador, entró en acción. Aceleró en cabeza. Analizó la respuesta de su rival. Paró. Se descolgó al fondo del grupo. Jugó al despiste. Luego, cuando menos se le esperaba, cuando el puerto había perdido gran parte de su dureza, salió desde atrás. Eligió el momento justo, con Contador encerrado tras otros dos corredores. Muy fuerte, muy ágil, en cuatro pedaladas hizo un gran hueco, que Vinokúrov, siempre vivo, trató de cerrar esprintando, que Contador, ágil pese a la encerrona, se aprestaba a anular. Y fue en ese momento cuando Andy intentó cambiar y la cadena se trabó. Se salió. Pedaleaba en el vacío cuando Contador, como una exhalación, le pasó por la izquierda sin mirar atrás, sin pararse a preguntar. "Estaba cerrado, pero salí bien porque tenía buenas piernas", dijo el chico de Pinto. "Estaba pensando en atacar en los últimos kilómetros, como así ha sido". Aceleró y se fue, y detrás de él los duelistas del podio, Menchov y Samuel, que también olían la posibilidad de pasar a pelear por la segunda plaza.

Jaleado desde el coche, gasolina al fuego, alas al impulso -"sigue, sigue, le decíamos por el pinganillo", explicó su director francés, Yvon Sanquer-, Contador acelera. Solo vuelve la cabeza cuando desde el coche le dicen que Andy ha perdido terreno por la avería. "Pero para entonces ya estaba lanzado, ya estaba en pleno ataque, no me podía parar", dijo Contador. "Entiendo la polémica y entiendo que habrá gente que lo entienda y gente que no lo entienda". Poco después se deja alcanzar por Samuel y Menchov, que echarán el resto en el descenso, en el llano hasta Luchon. Por detrás, hermoso como todos los caídos, Andy se rehace, remonta, mirando al frente siempre, lucha para no perderlo todo. En la meta, 39s, ocho más de los que sacaba a Contador. En la meta, también, rabia.

"Esto me da más motivación para los días que quedan. Tengo hormigas en las piernas. Tengo ganas de seguir atacando", dijo el luxemburgués, la furia y la rabia desbordando su rostro gentil, sonriente, educado. "Por supuesto que habrá revancha. No sé si Alberto hizo bien o mal, pero desde luego a mí no me habría gustado lograr así el maillot amarillo".

"A mí, desde luego, me gusta estar de amarillo como siempre, aunque también me gustaría estarlo de una forma diferente", dijo Contador. "De todas formas, 30s arriba o abajo no van a cambiar el Tour".

Schleck y Contador se miran en presencia de Vinokúrov en un momento de la decimosexta etapa.
Schleck y Contador se miran en presencia de Vinokúrov en un momento de la decimosexta etapa.AFP

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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