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Columna
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Fútbol de valor

La final del Mundial es el primer partido de fútbol que he visto entero en mi vida. Me pareció que el suceso merecía esa atención por lo que tenía de excepcional; y al mismo tiempo de conector con un sentimiento rotundamente colectivo. Me resultó interesante, incluso emocionante, alejarme de mi estricta subjetividad - de aquello de que no me gusta el fútbol- para adentrarme en esa casi objetividad que supone hacer en común, lo más común. Hacer y sentir: porque yo también estaba a favor de la roja.

Me abstendré de hacer cualquier análisis futbolístico del partido; ya he dicho que me faltan conocimientos en la materia. Pero lo extradeportivo sí me siento capaz de observarlo, y lo menos que se puede decir del juego de los holandeses es que fue muy duro, o que se mantuvo en la frontera, en ocasiones traspasada, entre la dureza y la agresividad. Recuerdo particularmente una patada al pecho de Xabi Alonso que más que de un evento deportivo parecía propia de una secuencia de malos de Karate Kid. Y no creo que sea pecar de parcialidad ni de chovinismo considerar que España merecía ganar ese partido no sólo en el capítulo del más juego, sino también en el del juego más limpio; o dicho de otro modo, que de haber ganado Holanda el Mundial con o por gestos como el citado, esa victoria hubiera contenido también una parte de derrota de la deportividad. Porque el mensaje que se hubiera difundido a través de la colosal, vertiginosa, estructura mediática puesta en marcha para la ocasión; el mensaje transmitido hubiera sido el de una forma de "todo vale", con tal de ganar. Fórmula que no puede ser de recibo deportivo.

Unir un evento como un Mundial con una reflexión sobre valores me parece, más que inevitable, imprescindible. Su cobertura es tan gigantesca, se retransmite tanto y hacia tantos lugares que es fundamental interrogarse sobre lo que transmite. Sobre cuáles son las visiones, representaciones, principios que prioriza; cuáles son también los que despierta. Y voy a detenerme en lo segundo, en ese "despertar" de valores y emociones. Se recordará sin duda el Mundial de Sudáfrica como el del primer triunfo de una selección española. Creo que en Euskadi lo recordaremos también por algo mucho más importante (me van a perdonar) que el fútbol: por la naturalidad y la visibilidad del apoyo a la roja; por las banderas de España colgadas de algunos balcones; por las bocinas y los jolgorios en la calle. Por, en definitiva, lo nunca visto, visto por fin. Por el despertar de lo que llevaba mucho tiempo dormido o encogido. Por la exteriorización espontánea, alegre, de lo muy sabido pero poco "escenificado": que la sociedad vasca es, de verdad, un conjunto de pertenencias múltiples. Creo que este Mundial merece ser recordado por ese apunte o despunte de libertad; por esa imagen -naciente pero con todo el futuro por delante- de lo que significa ser todos y estar todos, con naturalidad, es decir, democráticamente.

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