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Columna
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Políticas culturales

El Consell Valencià de Cultura advertía, semanas atrás, del efecto que la disminución del presupuesto tendrá sobre la proyección exterior del IVAM. Uno entiende la preocupación del Consell, pero no cree que la proyección exterior del instituto se reduzca a una simple cuestión de presupuesto. El dinero, qué duda cabe, es importante en la cultura; pero se precisa algo más que dinero para ganar el respeto de los demás. Hay que disponer de un plan, de unos objetivos y que estos posean alguna altura de miras, porque cuando falta esta, se cae en la vulgaridad. ¿Qué hay de todo ello en el IVAM actual? A nadie se le escapa la pérdida de prestigio del instituto en los últimos años, cuando artistas de dudosa calidad y peluqueros han mostrado en él sus obras (!). De aquel museo que fue una referencia internacional al poco de abrir sus puertas, bien poco queda hoy.

La situación del IVAM no es una excepción en el panorama cultural de la Comunidad Valenciana. Al contrario, podríamos decir que es lo habitual. Como en tantas otras cosas, es el resultado de una manera de hacer política. Nuestros gobernantes han considerado la cultura -con la excepción del Palau de les Arts- una actividad accesoria, poco adecuada para sus intereses. No han creído en ella porque no les ha parecido rentable. Las diferentes exposiciones de la Luz de las Imágenes, en las que tanto dinero hemos invertido los valencianos, han sido poco más que un pretexto para restaurar el patrimonio de la Iglesia con dinero público. En el caso de la muestra que ahora se prepara en Alcoi -una ciudad que carece de obras religiosas de relieve-, no es más que un motivo de la consejera Miró para hacerse presente en su pueblo.

En Alicante, las cosas están sensiblemente peor, como corresponde al estado de decaimiento que vive la ciudad desde hace tiempo. Uno envidia que en otras capitales de provincia se hayan podido crear museos de interés, que mantienen una actividad respetable. Estas cosas son imposibles entre nosotros. Con la excepción del Marq, la actividad cultural de las instituciones oficiales alicantinas es irrelevante. El Ayuntamiento mantiene una conducta errática en la sala de la Lonja y, a estas alturas, nadie sabe qué va a hacer con el Museo de Arte Contemporáneo que acaba de inaugurar. Más de una vez, he lamentado la situación del Mubag donde, tras una obra que rescató, con innegable acierto, un edificio noble de la ciudad, el museo realizó programación insustancial, sin el menor interés.

Para romper la atonía del Mubag, la Diputación encargó a Juan Manuel Bonet, meses atrás, una serie de exposiciones. Se trataba de situar el museo en una línea de actualidad. La primera de estas exposiciones, Alicante moderno, 1900-1960, se exhibe hasta finales del próximo mes de septiembre. Es una exposición que atraerá especialmente a los alicantinos y a algún visitante veraniego, por su temática. Pero es también una exposición que evidencia las dificultades que deben salvar estas operaciones.

He escrito, al comienzo de estas líneas, que una política cultural no se hace exclusivamente con dinero. Alicante moderno lo confirma. La Diputación pensó que encargando la muestra a un comisario competente todo estaba solucionado; en la práctica, no ha sido así. La voluntad de Bonet no ha bastado para superar la falta de planificación que padece el museo. Alicante moderno se queda en una ilustración superficial del periodo, y carece de profundidad para quien conozca la historia de Alicante con algún pormenor.

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