Regulación correcta
La crisis financiera que derivó en la crisis económica más grave desde la Gran Depresión nació en Estados Unidos, el sistema financiero más avanzado del mundo. La decepción fue mayúscula. En la factoría del conocimiento financiero, entre las instituciones más sofisticadas y entre los supervisores más rigurosos habían anidado prácticas más que cuestionables cuyas consecuencias todavía las están sufriendo ciudadanos en todo el mundo que nada tienen que ver con la industria de servicios financieros. A los fallos de mercados ampliamente reconocidos se añadieron comportamientos distantes de la gestión prudente de todo tipo de riesgos, del juego limpio o manifiestas estafas o actuaciones ilegales como las reveladas por el caso Madoff.
Es razonable por tanto, que la primera reacción de las autoridades en aquel país fuera revisar las regulaciones de la actividad financiera y la organización y eficacia de los encargados de hacer cumplirlas, los supervisores financieros. La conclusión fue inequívoca: la regulación es necesaria (no hay lugar a las veleidades autorreguladoras que pudieron alimentar algunos operadores financieros, defendidas por algunos políticos conservadores) y la regulación existente era manifiestamente mejorable. El propio presidente Obama asumió directamente ese impulso reformista con el fin de reducir cuando menos las probabilidades de crisis financieras futuras. A pesar de la oposición y de la incesante actividad de los poderosos grupos de presión bancarios, las regulaciones que acaba de aprobar el Senado de aquel país son un éxito de esta Administración y un paso favorable en la gobernación financiera global.
La limitación de las actividades por cuenta propia de los bancos, la introducción de mayor transparencia en las operaciones en los mercados de derivados, una mayor capacidad de actuación de las autoridades en las instituciones con potencial desestabilizador y la creación de una agencia de defensa de los derechos de los consumidores de servicios financieros son las principales direcciones de la reforma aprobada. Claro que podría haberse ido mucho más allá, en los términos, por ejemplo, que establecían las recomendaciones de Paul Volcker, pero es en procesos legislativos como el que acaba de concluir donde se pone de manifiesto el poder de la comunidad bancaria de Wall Street y su estrecha vinculación con el poder político.
El carácter favorable de lo conseguido será tanto más útil si se ampara en una mejora de la supervisión. En una profesionalización y reforzamiento de la independencia. El caso Madoff, por ejemplo, ha revelado que las prácticas defectuosas en las instituciones supervisoras no son propias de las economías menos avanzadas. Actuaciones asociadas al "capitalismo de amiguetes" también pueden darse en economías desarrolladas. El otro aspecto que concede relevancia al cuerpo normativo aprobado en EE UU es la posibilidad de articular un consenso global que armonice las regulaciones y homogeneice el terreno de juego donde los operadores financieros tienen que llevar a cabo su actividad. De lo contrario, las posibilidades de arbitraje regulador, de escapismo supervisor, además de alejar el necesario juego limpio y competitivo, pueden propiciar situaciones de sombras reguladoras y supervisoras que sigan desencadenando episodios de inestabilidad y crisis financieras.
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