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Columna
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Sobra Camps y falta Gobierno

Aseguraba días atrás el vicesecretario de Comunicación del PP, Esteban González Pons, que "no hay razón para que [Francisco] Camps no sea el candidato a la Generalitat". En su opinión, los asuntos judiciales que le acucian y seguramente le sentarán en el banquillo no deben trabar su proclamación. Resulta evidente que su jefe, Mariano Rajoy, no comparte tal parecer, pues, además de darle largas a esa decisión, observa un prudente distanciamiento del molt honorable, objeto otrora de sus más efusivas complacencias. Hoy, más que un sumando, el titular del Consell es para el PP y para la misma Comunidad un líder amortizado, sea cual fuere el veredicto de los tribunales, que por cierto pinta negro y en ningún caso le restaurará el carisma incontestado de estos años pasados en la cresta de la ola económica y ajeno a las sospechas e imputaciones que hoy le abruman.

Que este declive personal y político del presidente es un hecho constatado se desprende asimismo del último barómetro autonómico realizado por el CIS, el Centro de Investigaciones Sociológicas, difundido el jueves pasado en estas páginas. De esa encuesta anotamos aquí únicamente dos datos: el 61,9% de los consultados tiene poca o ninguna confianza en nuestro máximo dirigente, y un 60,9% no creen en su honradez, que constituía una de sus más preciadas cualidades. Hoy ese reconocimiento se limita a sus feligreses más devotos, buena parte de los cuales, sin embargo, suele alegar a modo de exculpación que los delitos e irregularidades que se le pudiere imputar son debidos a su candidez más que a la malicia. Aun así, han de admitir que si bien la supuesta ingenuidad no merece por sí sola el rigor del Código Penal, tampoco acredita a nadie para ejercer tan altas responsabilidades políticas.

Y lo peor del trance no es ya el desmoronamiento del presidente, sino la paralización del Gobierno autonómico. Más seco que una mojama en el capítulo financiero y en precario todo él desde que es pasto de la corrupción -tramas Gürtel y Brugal-, apenas hace otra cosa que defenderse de las invectivas parlamentarias de la oposición que, nunca desde que ejerce como tal, ha tenido tan herido y desarmado al PP. En buena lid democrática, lo que presupone una madurez política que no tenemos, este presidente ya habría de haber aceptado su caducidad en beneficio de su propio partido y de la gobernanza de la comunidad. Aferrarse a la poltrona mientras la legislatura se malversa y un día tras otro es objeto de la crónica judicial solo delata que su vocación pública se compadece mal con su actitud en estas circunstancias, más propia de la garrapata que del pregonado hombre de Estado.

¿Hemos de colegir que se avizora una alternativa? Pues la verdad es que no se avizora y que, a nuestro parecer, el PP valenciano tiene todavía recursos humanos y materiales para conservar su preeminencia. Pero también es notorio que, no tanto por los méritos de la izquierda como por la corrupción e ineficiencia del Gobierno valenciano, se percibe la necesidad del cambio. Por lo pronto, el cambio del Consell, como alerta la crisis de confianza constatada por la citada encuesta de opinión y, en la medida que se prolongue el inmovilismo, decimos de la permanencia a ultranza del líder caído, mejorarán las oportunidades de la oposición, reconfortada por la terquedad y errores del adversario. Tal pudiera ser el último y paradójico servicio de Camps: abonar los brotes rojos.

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