Cervezas, vendas y un calcetín con sangre
El Soccer City abrió ayer todas sus estancias, incluido el vestuario español, al público
Pasen y vean. La mañana siguiente a la gran final, el Soccer City parecía un coliseo abandonado. Todas las puertas del mastodóntico estadio de la final estaban ayer abiertas para cualquiera que quisiera pisar el césped, sentarse en el banquillo, subir al palco, colarse en el túnel o fisgar en las estancias más privadas. La vigilancia era nula.
Nada más cruzar la puerta del vestuario que ocupó España, dos policías reciben al periodista con un "Buenasss tardesss, Espaniaaaa". Son ellos los que animan al visitante a echar un vistazo a la sala rectangular donde se encuentran las taquillas, la pizarra y una gran mesa central. Saben que la visita llama la atención: decenas de botellas de cerveza se extienden por todas partes junto a montones de vendas, esparadrapos, un calcetín manchado de sangre, hierba, tierra y otros restos de la primera fiesta de la selección.
La pizarra aún conserva en su sitio las 11 fichas de los jugadores
No existen o ya no quedan objetos personales. La noche anterior los jugadores se habían encerrado para festejar el título en la intimidad del vestuario durante una hora larga. Visto el campo de batalla se comprende mejor la respuesta de Vicente del Bosque al ser preguntado por la tardanza de los futbolistas en presentarse ante los medios: "¡Uy, a saber lo que están haciendo...!".
Ante la ausencia de control alguno, las visitas de voluntarios desocupados y curiosos en general se prodigan. Muchos se fotografían junto a las taquillas o la pizarra que aún conserva en su sitio las 11 fichas que el seleccionador colocó antes del partido.
Los policías graban a los curiosos con sus móviles y llenan sus bolsillos con botecitos de champú. Los demás visitantes no se atreven a tocar nada, tal vez retraídos ante un cierto temor a profanar una estancia sagrada. El servicio de limpieza no está y, según los policías, tampoco se le espera. Da la impresión de que el lugar será precintado tal cual.
Otra cosa es el vestuario de Holanda. Solo unos pocos bidones de refrescos y cuatro vendas estropean la vista de un lugar que parece que fue expresamente recogido por los propios holandeses antes de marcharse.
De vuelta al exterior, todas las vallas están desmontadas y no queda rastro alguno de pintura blanca sobre el césped ni redes en las porterías. Cuatro grandes barriles repletos de refrescos anuncian otra fiesta, la de los empleados y voluntarios que han concluido su trabajo y se divierten sobre el campo recreando el gol de Iniesta o la imagen de Casillas levantando la Copa del Mundo.
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