El frenazo repentino
España se ha convertido en el centro de la atención mundial. Y no, no me refiero al Mundial de fútbol, sino a los mercados financieros. El tráfico de analistas que se pasean por Madrid tratando de entender los entresijos de la economía española ha aumentado de manera exponencial. El vocablo "cajas" se ha convertido en una palabra familiar del vocabulario anglosajón de los mercados, ya que no queda analista que se precie que no tenga una opinión sobre las posibles perdidas presentes y futuras de las cajas españolas y lo que implica para la estabilidad de la economía mundial. Los complejos y múltiples niveles de administración fiscal que ha generado la articulación del Estado de las autonomías están empezando a ser comprendidos, con dificultad, por algunos de los observadores más avanzados.
El exceso y la mentalidad de burbuja están en la expansión insaciable del gasto local y regional
Durante años fuimos el ejemplo económico a seguir. Nuestras empresas avanzaban por el mundo adquiriendo competidores y expandiendo sus horizontes -el término "conquistadores"- se volvía a utilizar. La confianza y la credibilidad eran casi ilimitadas. Ahora se ha dado la vuelta a la tortilla, y la desconfianza es casi total. Los dirigentes económicos de los mercados emergentes, tanto actuales como pasados, observan el caso español con atención, y para ellos la cuestión es muy sencilla. España está sufriendo una crisis de confianza similar a muchas de las que han sufrido en el pasado los mercados emergentes. Estas crisis se traducían frecuentemente en depreciaciones violentas de la moneda; en el caso español, al estar integrada en el euro, este impacto es menor, pero se ha traducido en la suspensión de los flujos de capital extranjero. En el vocabulario de los economistas, España ha sufrido un típico frenazo repentino (sudden stop) de los flujos de capitales.
Este frenazo no era inevitable. Durante la última década, España experimentó el típico proceso económico que se genera tras un episodio de desregulación o de cambio estructural. En el caso español, fue la creación del euro, que permitió una caída permanente de los tipos de interés y una aceleración de los flujos de capital desde los países más ricos de la zona euro, con exceso de ahorro, hacia los más pobres, necesitados de capital. Esto es lo que la teoría económica predice y que genera las bases del crecimiento sostenido. Los países más ricos prestan dinero a los más pobres, los cuales -en teoría- invertirán estos flujos de capital en actividades productivas que aumentaran su crecimiento potencial; este mayor crecimiento generará la riqueza necesaria para devolver más adelante los prestamos. Es decir, los países más pobres reciben flujos y generan un déficit por cuenta corriente que es, a priori, sostenible.
A priori. Porque la clave del párrafo anterior es "invertirán estos flujos de capital en actividades productivas". Pensemos un momento. El estereotipo español es la economía del ladrillo. ¿Pero qué significa este concepto? ¿Que las familias españolas se endeudaron demasiado para adquirir sus viviendas, como sucedió con el fenómeno subprime en Estados Unidos? No, el Banco de España, en su calidad de supervisor, trabajó muy duro para que la calidad de las hipotecas españolas se mantuviera alta. No, el error español fue diferente. Tras más de una década de crecimiento ininterrumpido, se creó una sensación de que España realmente no tenía una restricción presupuestaria. El siempre creciente valor del suelo servía como colateral para que las empresas industriales españolas se apalancaran y se embarcaran en múltiples adquisiciones. Los promotores inmobiliarios parecían haber descubierto la piedra filosofal y ampliaban sin parar su cartera de construcciones. Y gracias a este siempre creciente valor inmobiliario, los ingresos fiscales, sobre todo en las regiones y municipios, aumentaban sin fin. Teníamos la sensación de tener más dinero del que nos podíamos gastar.
Y en esos casos, ya se sabe, se cometen muchos errores. Los museos y estaciones ferroviarias de diseño se multiplican, se construyen aeropuertos en regiones escasamente pobladas, las universidades florecen en cada capital de provincia aunque haya escasos alumnos, las televisiones autonómicas proliferan... La manifestación más clara del exceso español, de la mentalidad de burbuja, se ve en la expansión insaciable del gasto de las autoridades locales y regionales, en el síndrome del "yo también". Una gran parte de estos flujos se invirtió en actividades de escaso valor añadido, incluso negativo. Es decir, en lugar de invertir los flujos de capital para generar un futuro mejor, nos los gastamos. España es el décimo país del mundo por renta per cápita, pero el segundo en kilómetros de vía férrea de alta velocidad, ya que el AVE se convirtió en un símbolo al que todas las provincias parecían tener derecho. ¿Tenía sentido?
Quizás lo tenía, pero para ello la condición necesaria era que el resto del mundo estuviera dispuesto a seguir financiándolo. Con un déficit por cuenta corriente cercano al 10% del PIB, la situación española era frágil y cualquier error de cálculo, cualquier sorpresa, podía costar muy cara. La sorpresa fue Grecia y su contabilidad fiscal creativa. La reacción española y europea a esta sorpresa dejó mucho que desear, y se produjo el frenazo. El mercado único europeo ha dejado de funcionar, los flujos de capital han cesado.
Muchos países han sufrido un frenazo repentino, y se han recuperado. Para ello hay que tomárselo muy en serio, dejar de culpar a los especuladores, y comunicar a los mercados que el país va a cambiar de manera fundamental. El emperador ya está desnudo, los analistas ya se han leído todos los informes anteriores del FMI, ya se han pasado todos por Madrid, y han entendido la situación. Ahora es el momento de pasar a la acción de manera convincente. El liderazgo del Banco de España con la publicación de los tests de la banca, que se debe completar de manera transparente y decisiva y sin interferencias políticas, es un buen ejemplo. La reforma laboral, tímida y escasa, no lo es.
Ha habido países, por supuesto, que no se han recuperado del frenazo repentino, normalmente, porque se ha dado prioridad a la agenda política interna inmediata y no al futuro a medio plazo del país. En esos casos, las autoridades no han tenido el coraje de explicar a la población la gravedad de la situación, de admitir que el país es menos rico de lo que se pensaba y, por tanto, no han sido capaces de generar el apoyo político suficiente para adoptar medidas drásticas. Esos países, en general, han acabado necesitando ayuda internacional.
Ángel Ubide es investigador visitante del Peterson Institute for International Economics en Washington.
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