¿El mundo árabe contra Ahmadineyad?
La decisión de los Emiratos Árabes Unidos de aplicar la nueva resolución de la ONU, que prevé intensificar las sanciones contra Irán, da un golpe de gracia al régimen iraní y prueba que el islam no es un bloque
Cuando el sabio señala la Luna, el necio mira el dedo. Pocas veces este proverbio chino me ha parecido tan palmario como hoy.
Porque se diría que nadie tiene ojos ni oídos para otra cosa que no sean las últimas declaraciones de dos dinosaurios de la política: Fraga y Carrillo.
La clase política se precipita como un solo hombre sobre las declaraciones confusas, a veces contradictorias o precipitadas, del presidente Zapatero.
Pero hay un acontecimiento que, mientras tanto, pasa completamente desapercibido: hay un acontecimiento enorme, colosal, uno de esos acontecimientos que pueden llegar a rediseñar el mapa del planeta y al que, sin embargo, un teatro de sombras sustrae a las miradas de todo el mundo.
Un Irán dotado de armas de destrucción masiva es una amenaza mayor que cualquier violación de los derechos humanos
El hecho de que un país árabe haya dicho 'no' al intento iraní es un gesto de supervivencia y una prueba de madurez
Este acontecimiento capital y ausente de los principales radares, este viraje geopolítico que no ha disfrutado ni de una milésima parte de la cobertura mediática consagrada a los malos sondeos de Sarkozy, es la decisión tomada por los Emiratos Árabes Unidos de controlar los navíos que atraviesen sus aguas jurisdiccionales y estén vinculados, más o menos directamente, a Irán o al comercio con Irán; es la decisión de cerrar 41 cuentas bancarias pertenecientes a entidades iraníes que podrían servir de pantalla a las operaciones de contrabando que estarían alimentando el programa nuclear de Teherán; es la decisión, dicho sea en otros términos, de alinearse con quienes aplican al pie de la letra la nueva resolución de Naciones Unidas, adoptada el 9 de junio, que prevé intensificar las sanciones contra Irán.
Este acontecimiento llega algunos días después de las declaraciones realizadas en Abu Dabi -durante la clausura de la asamblea anual de la Global Initiative to Combat Nuclear Terrorism- por Hamad al Kaabi, representante permanente de los Emiratos ante la Agencia Internacional de la Energía Atómica, y según las cuales la policía emiratí ya habría registrado, en las últimas semanas, decenas de navíos que transportaban materiales sensibles.
Llega también tras un artículo de Georges Malbrunot aparecido en Le Figaro del 26 de junio que muestra cómo el carácter rocambolesco de las circunstancias que rodearon el asesinato en Dubai, en enero pasado, de Mahmud al Mabhuh, a manos del Mosad tal vez fuera un señuelo, otro árbol que ocultaba otro bosque, y otra versión del apólogo del sabio, el necio y la Luna: los Emiratos, mientras tanto, trabajaban estrechamente con Israel para asegurar sus fronteras, proteger sus pozos de petróleo y prevenir las eventuales operaciones de desestabilización iraníes.
Finalmente, llega tras otra noticia, aparecida esta vez en el Times de Londres del 13 de junio y desmentida después por Riad, aunque tibiamente, y según la cual Arabia Saudí habría decidido abrir su espacio aéreo a los aviones israelíes -aunque no se sabe más, resulta difícil no pensar en la hipótesis de un ataque sorpresa de Tsahal contra los emplazamientos nucleares de Ahmadineyad.
Así que se trata de un acontecimiento fundamental, al menos por tres razones.
Primero, porque recuerda a quienes se obstinan en no ver que el islam no es un bloque: islam pacífico contra islam guerrero; islam moderado contra islam fanático; y, por supuesto, islam sunní contra islam chií -o, más exactamente, contra esa herejía del chiismo que es el islam apocalíptico de los locos y los gánsteres que hace un año le robaron el voto a los iraníes.
Y luego, porque demuestra que el frente del rechazo contra el régimen iraní y sus proyectos de guerra total se amplía y va tomando forma y consistencia: que la democracia israelí y la autocracia saudí no tienen mucho en común, es evidente; que nada, ningún gesto político ni geopolítico, ningún gran acercamiento a unos u otros puede hacer olvidar, por ejemplo, las violaciones masivas de los derechos humanos en Riad, es innegable; eso no quita que la perspectiva de un Irán dotado de armas de destrucción masiva representa una amenaza mucho mayor que cualquier violación de los derechos humanos, y saber que un número creciente de países de la región empieza a ser consciente de ello es una gran noticia.
Para terminar, y volviendo al caso de las 41 cuentas bancarias señaladas por la resolución de Naciones Unidas y congeladas hay que saber: 1) que el puerto de Dubai se estaba convirtiendo, según confesaba el mismo embajador Al Kaabi, en un punto de confluencia de los peores tráficos nucleares; 2) que los Emiratos son, más allá de lo nuclear, el tercer destino, después de China e Irak, de las exportaciones iraníes, que se han triplicado en los últimos cuatro años, y 3) que cerca de la mitad de esas 41 cuentas pertenecen a la misma República Islámica o a los Guardias de la Revolución.
Huelga decir que la decisión emiratí es un verdadero golpe contra el régimen.
Mejor aún: es una "operación verdad" destinada a los incautos que creen en la alianza contra natura de todos los musulmanes de la región so pretexto de una "unión sagrada" contra el "enemigo sionista".
Y el hecho de que, por primera vez, un país árabe haya dado este paso, el hecho de que haya dicho no al intento de atraco iraní, desbaratando así esa maniobra cuyos peones avanzados eran Hamás y Hezbolá, y cuyo objetivo último era sembrar el caos en la región, es un gesto de supervivencia, al mismo tiempo que una prueba de madurez y el signo de una clarificación bienvenida.
Si se atienen a su decisión, nada volverá a ser como antes. Y para Ahmadineyad, la cuenta atrás habrá comenzado.
Traducción: José Luis Sánchez-Silva
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