Tormentas de verano
Las tardes madrileñas de verano se resuelven plúmbeas; el cielo se encapota, la atmósfera se carga de electricidad. A veces eso también pasa dentro de los teatros y en el público se palpa la expectación. En este caso se trataba del colofón a los actos por el 30º aniversario del Ballet Nacional de España con un retocado programa de Escuela Bolera y algunos ejercicios laterales. Pero a pesar de que la compañía ha bailado bien en general, era tarde tormentosa al saberse que la dirección prescindirá inmediatamente de varios elementos de los mejores con los que cuenta: Tamara López, Esther Jurado e Isaac Tovar, por solo mencionar tres primeros bailarines y solistas que el público identifica y admira, que son serios y han dado todo de sí por el brillo de la compañía titular.
ESCUELA BOLERA
Ballet Nacional de España. Coreografías de Ángel Pericet, Antonio Ruiz Soler, Victoria Eugenia, José Antonio y Mariemma. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Director: Enrique García Asensio. Teatro de la Zarzuela.
Hasta el 18 de julio.
La compañía está más entonada que cuando estuvo en La Vaguada
La orquesta sonó pobre y la dirección sin brío en una especie de río de miniaturas que empieza y acaba con obras de conjunto. Sonatas para la reina de España se sostiene en el tiempo con la entereza del vocabulario bien empleado, de la sapiencia del coreógrafo en la articulación estética de los modos más terciados de los llamados bailes de palillos antiguos, ya transformados en vertiente escuela. Empaña la presentación un delirante ejercicio de ordenador sobre un cuadro histórico, que distrae y entorpece. Esta obra tenía un soberbio telón original que alguien obtusamente ha arrinconado por mor de lucir alta tecnología punta. También hay otro detalle gratuito y que es pecado de lesa cultura: ¿qué pintan unas zapatillas de la escuela danesa en los bailes de Escuela Bolera española? Es sencillamente ridículo y pretencioso y, lo peor, son en origen de uso exclusivo masculino y aquí se las calzan también las mujeres. Esas zapatillas, habituales en ciertas coreografías de August Bournonville, cumplen una función plástica específica.
Jessica de Diego hace una versión muy personalizada de Chacona, y lo hace muy bien. Su castañuela tiene transparencia; ella borda la estampa con gracejo y cierta sensualidad.
Con Puerta de tierra llega el problema. Si una compañía nacional no tiene los bailarines adecuados para una obra, pues dignamente no se pone en escena y ya está. Lo que se ve ahora por Cristina Gómez y Sergio García es una pálida imitación casi caricaturesca de lo que debía de ser en cuanto baile, estilo, musicalidad, fuerza y muñequilla en los detalles. Gómez en Zarabanda ahonda en la herida.
Globalmente, la compañía está más entonada que cuando estuvo en La Vaguada, pues en esta propuesta hay mucho de evocación vintage, sin perder de vista las exigencias del baile actual.
Por fin Eritaña se lleva el bravo final. Es una obra maestra; quizás la mejor del género y de su tiempo y la plantilla estuvo esta vez soberbia, entregada. Danza y tronío, en su vertiente, da una contrapartida de mosaico. Aloña Alonso está en un momento dulce de su carrera. Siempre ha sido una buena bailarina, delicada, técnicamente impecable, con una estilizada estampa. Pero ahora, mientras madura su baile, adquiere profundidad y empaque, lo que es igual a elegancia, donaire y una intención en los acentos que la distingue. Por citar dos momentos suyos, el terminado de sus cunas en la variación de Sonatas y las poses quebradas del mantón en Danza y tronío, dos polos, dos esferas muy diferentes de la tan prismática danza española que ella resuelve con altura.
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