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Columna
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Disponible

Cada época tiene sus palabras clave. En los setenta fue libertad, en los ochenta, movida, en los noventa, superlujo, y ahora, me temo, es crisis. Pero no todas las regiones comparten siempre el mismo término simbólico. Los ciudadanos valencianos llevamos algún tiempo ocultando nuestra procedencia, cuando estamos fuera de aquí, para evitar que se nos rían porque los demás no entienden cómo podemos asistir inmutables al sainete que arroja sospechas de corrupción sobre los máximos capitostes de Castellón, Valencia y ahora, por si faltara poco, también de Alicante. Tal vez por eso hay un vocablo que en la Comunidad Valenciana está sustituyendo a los clásicos se vende o se alquila de los anuncios inmobiliarios: disponible, un término más bien raro en otros lares.

No sé a qué publicista creativo se le pudo ocurrir, pero resulta un acierto. Cuando uno vende o alquila algo, lo controla y fija su precio, cuando lo declara disponible, está a lo que los demás quieran disponer. Es lo que ha ocurrido en la Comunidad Valenciana, una sociedad moralmente desarmada y entregada a su suerte. El que trabajaba los campos familiares se los vendió a un constructor, se compró varios coches de gama alta y ahora anda sin saber hacer nada y sin trabajo: está disponible. La que estudiaba enfermería colgó los libros y se puso a servir copas en un bar de la costa hasta que la falta de clientes la dejó en la calle: está disponible. Ambos han vuelto a casa y sus padres los mantienen: ellos también están disponibles. Las entidades bancarias que nos representaban se metieron a prestar nuestros ahorros a gente que no los podía devolver y ahora mendigan poltronas subalternas a cientos de millas de aquí: están disponibles. Los responsables políticos que fundieron el presupuesto en ridículos saraos y en costosas obras de escaparate, se tientan atónitos los bolsillos vacíos mientras miran de reojo el puesto de trabajo que abandonaron por la "gestión": están disponibles.

El capitán del Titanic tuvo suficiente vergüenza como para ahogarse con muchos de los pasajeros a los que tan irresponsablemente había llevado al desastre. Por desgracia, no está claro que nuestros culpables, los pequeños y los grandes, vayan a afrontar las consecuencias de sus actos por mucho que se nos pida "paciencia" -¿más?- y "responsabilidad" -¡ellos!-. Simplemente, como los animales vencidos que se abandonan a la dudosa clemencia del depredador, están disponibles. Lo que en Madrid y en Cataluña resulta obvio, la dimisión o el cese del corrupto, aquí es impensable porque la mayoría de la gente confía en que las cosas se van a arreglar con el paso del tiempo y cree que las escandalosas denuncias por corrupción quedarán en nada. Tal vez apliquen el precepto evangélico de la paja y la viga en el ojo. Son los mimbres con los que se teje el oscuro futuro de los valencianos.

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