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Columna
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El 5 de julio fue día 7 en Madrid

Madrid está un día en el País Vasco y otro en Santo Domingo; el miércoles es una ciudad del norte de Marruecos; el jueves hace frontera con Bucarest; el viernes la Puerta del Sol está en Pakistán; el sábado es una localidad Argentina y el domingo está en el mapa de Polonia, por poner siete ejemplos cualquiera. El martes, como todos los 5 de julio fue día 7 en la calle de Eduardo Dato, y Madrid fue Pamplona, porque allí, en la iglesia de San Fermín de los Navarros, cientos de personas celebraron como cada año la llegada de sus fiestas, con su pañuelo rojo al cuello, sus turistas disfrazados de Hemingway y su chistorra de Irurza en la mesa. A Juan Urbano y a mí, que somos menos folclóricos que un mueble de Ikea, nos gustó esa celebración como metáfora y, sobre todo, nos encantó leer que los organizadores iban a poner una medalla a 20 nuevos congregantes y que una de ellas se llama Zekiya, tiene dos años y es etíope. En un mundo de patrias cada vez más chicas, ver que aún hay gente que prefiere sumar a restar, es tan buena noticia que dan ganas de pedirse un Tierra de Estella o un Ribera Baja y brindar para celebrarlo.

La celebración de San Fermín en Madrid fue un buen ejemplo de quienes prefieren sumar a restar

Muchas ciudades presumen de ser ellas, pero Madrid siempre ha alardeado de lo contrario, es decir, de ser todo el que llega, de acoger más que de imponer, y por eso aquí son todavía más dolorosos los indicios de racismo o xenofobia, que son la misma enfermedad con otras letras, que a veces dejan entrever algunos políticos y algunos ciudadanos que cuando dicen inmigrante dicen delincuente o que siguen pintando rayas blancas en el suelo para que haya gente que las pueda cruzar y gente que no. El siglo XXI también puede moverse y estar en el XV, si tiran de él hacia atrás cuatro irresponsables.

Mientras celebramos con los amigos navarros que el martes Madrid fuera Pamplona, Juan Urbano me recomienda un libro magnífico de Paul Theroux que acaba de publicar la editorial Alfaguara, Tren fantasma a la Estrella de Oriente, que es una segunda oportunidad de la obra que lo hizo famoso, El gran bazar del ferrocarril, que cuando salió al mercado recibió elogios monumentales de colegas como Graham Greene o V. S. Naipaul, que lo comparaban con los grandes clásicos de la literatura de viajes, poniendo Theroux detrás de Conrad, Stevenson, London o Twain. Convencido de que "sin cambios no hay nostalgia" y sin nostalgia no hay razones para escribir, el autor norteamericano, que también tiene novelas y relatos inolvidables como Milroy el mago y Elefanta suite, cuenta en Tren fantasma a la Estrella de Oriente su regreso a los escenarios de El gran bazar del ferrocarril, y cómo volvió a emprender una larguísima travesía en trenes baratos, puesto que opina que "el lujo es enemigo de la observación" que lo llevó de Londres a París y de ahí a Viena, Budapest, Bucarest, Estambul, Azerbaiyán, Nueva Delhi, Singapur, Hanoi, Saigón, Sapporo, Wakkanai, Vladivostok, Moscú y otros muchos lugares, y con el poder de los grandes creadores para multiplicar el tamaño de las cosas haciéndolas más pequeñas, resume todo eso en 600 páginas maravillosas que te dan ganas de salir de donde estés y marcharte a otra parte, a un lugar donde uno pueda volver a tener la impresión de que "los viajes están al margen del tiempo, como si pudieran deducirse del total de los años de la vida". Todo con tal de poder abrir los ojos en otra parte para tener lo que él llama "el sueño del extranjero".

Los navarros que celebran San Fermín en Madrid tienen un sueño parecido, que es el de vulnerar las leyes de la geografía a base de respetar las de la tradición. "Las personas que vienen de mucho más lejos quieren exactamente lo mismo", dice Juan Urbano, "y ojalá todos lo puedan lograr, porque un viajero y un emigrante corren dos carreras diferentes cuya meta es la misma: encontrar algo mejor. Eso sí, unos van para poder volver y contarlo y otros, simplemente, vienen para escapar del infierno. Si Madrid es la ciudad de todos ellos, será una gran ciudad".

Desde luego, cómo le gustan a este hombre las parábolas.

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