Los reyes de la manada
Karl Lagerfeld, Jean Paul Gaultier y Valentino cierran la semana de la moda de París
La superstición acecha cuando se libra un combate a vida o muerte. En la semana de la alta costura -más bien tres días- que ayer terminó en París, se han visto símbolos de difuntos tomando excelsos bordados y tratando de exorcizar sus demonios, espíritus del pasado que poseen a los vivos y hasta un signo del zodíaco convertido en tótem de ocho toneladas.
Eso pesaba el león dorado que Chanel construyó en el centro del Grand Palais. Guardián de una de las colecciones más imperiales que Karl Lagerfeld ha firmado para la casa. El signo del zodiaco de Coco era leo, se decía a modo de explicación oficial. Y Lagerfeld es el rey león de la manada, se comentaba de forma extraoficial. La escalada dramática de las presentaciones de Chanel nos ha deparado una reproducción de la rue Cambon, un tiovivo gigante, una granja, un iceberg y, ahora, un león que ya le gustaría a la Metro. Digamos que considerarlo una demostración de poder no es una hipótesis arriesgada.
El león dorado que Chanel puso en el Grand Palais pesaba ocho toneladas
En tanto maximalismo hay un gesto de bravuconería por parte de Lagerfeld. Mientras Givenchy apela a una intimidad que permita apreciar su ejecución, Chanel no necesita pedir planos cortos. Su valor se aprecia a la legua. Cierto es que la majestuosidad de sus bordados es capaz de hacer bizquear a los invitados de la última fila. Mas si, como esta temporada, toman un camino tan rico y denso. Pero no sólo en ellos confía Lagerfeld. El martes por la noche también se tiró a la piscina con las proporciones y la silueta. Los trajes de día se reformulan con chaquetas muy cortas y cuadradas y faldas que trepan por el torso o con juegos circulares y mangas acolchadas.
En su visión de la alta costura para el próximo otoño le mueven dos convicciones. Una, que toda mujer tiene ya en su armario un vestido negro y unos pantalones. Chanel, por tanto, no le va a ofrecer ninguno. Dos, que los vestidos largos son aburridos. Así que Lagerfeld corta todas sus faldas por encima de la rodilla o a mitad de la espinilla. Es complicado que algunos de esos vaivenes estructurales -en una paleta de espesos granates y marrones- resulten favorecedores en cuerpos menos espigados que los de las modelos, pero Lagerfeld no hace concesiones. El suyo es el rugido del león. El que silencia la selva.
Curiosamente, los espíritus de sus dos últimos rivales por la autoridad de la manada planearon en la última jornada de desfiles. El de Valentino, de forma obvia; el de Yves Saint Laurent, mucho más sutil. Era difícil no sentir el aliento de Saint Laurent en la colección que Jean Paul Gaultier presentó al mediodía. En los turbantes, los colores y los drapeados. Pero lo transparente del guiño no le quitó brillantez.
El diseñador francés de 58 años, tras varias colecciones fallidas y a unos meses de abandonar el timón de Hermès, dibujó vestidos originales y extraordinariamente sofisticados. Fue un muerto quien le devolvió el pulso. En su colección había, como en Givenchy, referencias al esqueleto que servían para enfatizar la voluptuosidad de lo vivo. Dita Von Teese hizo un strip-tease sobre la pasarela y, al quitarse el vestido Menos que cero (referencia a la obra de Bret Easton Ellis), su cuerpo estallaba en el interior de un "corsé-esqueleto deshuesado".
Que Valentino no está muerto ya se encarga de demostrarlo él mismo. Anoche cerró la cita de la alta costura con una fiesta para inaugurar Valentino Garavani Archives, un museo que el diseñador retirado se ha dedicado a sí mismo en su castillo del siglo XVII. El público, previa cita, podrá contemplar allí más de 10.000 bocetos originales. Justo antes, los que hoy diseñan en su nombre Maria Grazia Chiuri y Pier Paolo Piccioli se reconciliaron con su legado con una colección que respiraba la esencia de Valentino. Se diría que ellos han sido los primeros en empaparse de esos archivos en ciernes. Tras flirtear con lo gótico, lo flúor y hasta lo cibernético, Chiuri y Piccioli entregaron una versión actualizada de la elegancia que dio la fama a su maestro en los sesenta. Eso sí, rejuvenecida con faldas muy cortas. La alta costura no es un puro ejercicio espiritual y, como todos, necesita de los placeres de la carne. No ya para sobrevivir, sino para vivir.
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