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Reportaje:

Los 'pijipis' y el fantasma de Franco

Un palacio abandonado con leyenda es una de las atracciones de la localidad

Juan Diego Quesada

Suben a la parte de atrás del autobús. Camisetas muy pegadas, calzoncillos a la vista, flequillo que tapa toda la frente y un iphone con el que juguetean todo el trayecto camino de Torrelodones. "Son los pijipis", ilumina Jorge, que se ofrece como guía en el viaje. "Estas son sus características: tienen entre 16 y 19 años. Van de dejados, de hippies, incluso de macarras, pero su padre es el alto cargo de una empresa y aparca un cochazo en el garaje. Pasan el día a las puertas de una tienda 24 horas". Por el pueblo, añade, se reconocen sin problemas.

Al llegar a Torrelodones, a 29 kilómetros de la capital, surge la primera duda. A un lado se ve una torre enclavada sobre un cerro, a la vista de los conductores que circulan por la A-6, y al otro un palacio misterioso situado en lo alto de una cima a 1.000 metros de altitud. Hay que elegir.

Una avenida repleta de locales de alto copete refleja que es un pueblo rico
Hubo una granja famosa por tener gallinas que ponían 348 huevos al año

"Desde la torre tienes unas magníficas vistas, aunque no puedes entrar en el interior, está cerrado. La casa, bueno, tiene el morbo de que la gente dice que ahí se aparece el fantasma de Franco", explica Jorge, que lleva viviendo aquí 12 años. Los pies, casi solos, se ponen en busca del espectro del dictador.

Hay que cruzar la plaza del pueblo. En la terraza de una cafetería, un hombre trajeado y con reloj de oro toma el vermú con su mujer mientras la asistenta corretea detrás de los niños. Van repeinados, de uniforme, recién llegados de un colegio privado. "Aquí suele vivir gente de dinero", responde cuando se le pregunta a una mujer rubia rodeada de chiquillos también rubios. Es cierto: Torrelodones se encuentra entre los pueblos más ricos de la Comunidad de Madrid, según la renta media anual por habitante.

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Eso se nota también en una larga avenida, casi a las afueras, repleta de restaurantes de alto copete. Carne a la brasa expuesta tras un cristal, cocina vasca con un maître en la puerta, tapas de autor, lugares que no parecen tener menú del día. En la puerta se ven aparcados coches de gran cilindrada. "Por aquí viene gente muy importante, pero no puedo dar nombres por seguridad", cuenta un hombre con gorra que tiene una casa enfrente, y que tampoco desea dar el suyo.

Más adelante toca adentrarse en Los Peñascales, una urbanización de chalés rodeados de pinos. Antes en este lugar había una granja con unas famosas gallinas: eran capaces de poner 348 huevos en 365 días. Llegó a albergar más de 2.000 gallinas ponedoras, un espectáculo tal que los escolares de la capital viajaban hasta allí para verlo con sus propios ojos. Los vecinos todavía hablan de ello. Lo que la leyenda no recoge es qué fue lo que hizo desaparecer tan exitosa empresa. El propietario, desde luego, no se libró de las amenazas que acechan a este tipo de negocio. En un libro de historia editado por el Ayuntamiento aparece un anuncio en prensa del dueño: "El veterinario de Torrelodones certifica que en la granja avícola ni existe ni ha existido durante el presente año peste aviar de Newcastle". Al parecer, no hizo falta acudir a la Organización Mundial de la Salud.

Cada vez se ve más cerca el palacio del Canto del Pico, que así se llama la supuesta morada del fantasma del general Franco. Fue mandado construir por el conde de las Almenas y a su alrededor hay estanques decorados con esculturas de aleación metálica y escalinatas.

El conde legó después el edificio al dictador, que al morir lo dejó en herencia a su hija, Carmen Franco Polo, que a su vez lo vendió a una empresa extranjera pese a que se trataba de un monumento artístico. El palacio está abandonado desde entonces, ha sufrido multitud de robos y un incendio amenazó con destruirlo completamente en 1998, aunque finalmente hubo suerte y solo se vio afectada la techumbre. Se diría que el conde lo dejó en manos equivocadas.

Merece la pena verlo de cerca, pese a que la gente advierte que hay un guarda con un rottweiler al que hoy, sin embargo, no se le ve el pelo. Asentado sobre un suelo granítico, las rocas de alrededor adquieren formas caprichosas, y no cuesta imaginar al dictador vestido de cazador correteando por aquí. Ver su fantasma, como habían prometido, es otra cosa. A través de las ventanas no se aprecia gran cosa del interior y, pasado un rato, lo mejor es volver al pueblo.

En efecto, alrededor de una tienda 24 horas situada en la avenida principal de Torrelodones se arremolinan los pijipis. Fuman y comen pipas. Observan a todo el que pasa. Al rato le dan gas a sus motos y se pierden por las calles del pueblo. El ruido de los tubos de escape deja el rastro de su camino.

Vista de la Torre de los Lodones desde el pueblo de Torrelodones.
Vista de la Torre de los Lodones desde el pueblo de Torrelodones.ULY MARTÍN

Apuntes de viaje

- A Torrelodones se puede llegar desde Moncloa en los autobuses 686, 686a y 613. El trayecto dura unos 25 minutos.

- El pueblo tiene una extensión de 2.165 hectáreas, y el 84% se trata de suelo protegido. Las vistas desde las colinas del pueblo son espectaculares.

- Cuenta con varias sendas de mucho interés. Una de ellas es la Ruta Imperial, que sigue el camino que utilizaba Felipe II en sus desplazamientos entre Madrid y El Escorial.

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Sobre la firma

Juan Diego Quesada
Es el corresponsal de Colombia, Venezuela y la región andina. Fue miembro fundador de EL PAÍS América en 2013, en la sede de México. Después pasó por la sección de Internacional, donde fue enviado especial a Irak, Filipinas y los Balcanes. Más tarde escribió reportajes en Madrid, ciudad desde la que cubrió la pandemia de covid-19.

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