Pero ¿queda todavía algún blasquista?
Uno de los innumerables proyectos nunca concluidos de Josep-Vicent Marqués era centrar su tesis en la figura de Vicente Blasco Ibáñez, no tanto como literato sino como expresión de una valencianía un tanto ilusoria que hizo mucho ruido sin acabar de encontrar su sitio. Durante años fue acumulando materiales en una breve habitación de su casa dedicada al efecto, con el desorden que se puede imaginar, llegó a elaborar algún esquema igualmente desordenado, y finalmente decidió aplazarlo para momentos más propicios, ya que ahora -entonces- lo que había que hacer era ocuparse de la situación femenina. Pero como resultaba algo fastidioso que tarea semejante la llevara a cabo un hombre, decidió hacer la tesis sobre la construcción social del varón, un tocho no muy comprensible de 1.567 páginas (recuerdo su extensión porque me tocó mecanografiarlo con santa paciencia y algún que otro sobresalto conceptual) al que un tribunal académico presidido por Carlos Moya le otorgó el correspondiente cum laude.
En ello andaba enredado mientras trabajaba sin descanso en lo que sería Pais Perplex y en la confección de algunos cuentos cortos, parte de los cuales se publicaron. Fue a ver a Joan Fuster con gran parte de todo ese ingente material, y la respuesta del mestre, supongo que no escueta, fue que se dedicara a escribir ficción y se olvidara de otras mandangas que no habrían de acarrearle sino disgustos. ¿Escepticismo de carpintero o intelectual persuadido de que la reflexión sobre el país estaba ya agotada? ¿Por él mismo? Mucho me temo que ya entonces el de Sueca estaba más interesado en releer a Montaigne, ese producto exótico, que en adentrarse en los numerosos problemas que originaba el monocultivo en la economía valenciana. Creo que esa conversación, en la que no estuve presente, tuvo una gran influencia en Jose, que se dedicó desde entonces a indagar con más ahínco en otras alternativas más o menos pioneras: ecologismo, antipatriarcalismo, etc. Ahí protagonizó intervenciones decisivas, más para sus seguidores que para él mismo. Pero ya no había ni rastro del interés por Blasco Ibáñez, ni por el literato ni por el otro, pese a que era, me consta, una gravosa herencia paterna, escritor que finalmente ha quedado como materia inflamable de diversos seriales televisivos.
Hay en todo este asunto un falso dilema, según el cual habría que elegir entre un ensayista como Fuster, que no siempre fue tan exquisito ni clarividente como sus incondicionales parecen creer, y un Blasco Ibáñez que en ocasiones (contadas, eso sí) no se conformaba con la escritura de trazo grueso y sus recios rasgos descriptivos. O, por decirlo de otro modo, que Blasco no es ya que no fuera Balzac, sino que ni siquiera se aproximaba a Zola, mientras que Fuster ni era Sastre ni se lo propuso.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.