El abrelatas
¿Quién dijo que el fútbol no era un espectáculo irrepetible? Debería darse un paseo por el minuto sesenta del España-Paraguay para quitarse las legañas. Ganar o perder es cuestión de un detalle afortunado. Jugar bien, no. Jugar bien tendría que ser innegociable. Lo peor de perder es la odiosa sensación de vacío. Y como perder es una posibilidad real, jugar bien es lo único que asegura una modesta satisfacción incluso en la desgracia. España ha venido a este Mundial a jugar con la pelota, no contra el contrario. Por eso España tiene problemas con los equipos muy defensivos, porque le invitan a tirarse a una piscina que apenas tiene un dedo de agua. En esos partidos España ha sabido ser paciente, aunque en ocasiones haya confundido la paciencia con la lentitud.
Temerle a Paraguay era la condición imprescindible para ganarle. Los equipos latinoamericanos juegan una clasificatoria mucho más exigente que la nuestra, agresiva, tenaz, violenta a veces. Paraguay llegó a donde llegó convertida en una máquina de no perder. En ellos es perdonable. No así en Portugal o Brasil o Argentina. Máquinas que querían ganar sin jugar. Brasil jugaba como los abusones del colegio, que te sostienen de la frente con el brazo extendido y ninguna de tus patadas de impotencia llegan siquiera a rozarles el pantalón. Pero los partidos se pierden cuando los tienes ganados. Brasil lo perdió ahí, cuando con ventaja de uno a cero jugó a dormir el encuentro en lugar de matarlo. Alemania también supo jugar con el marcador a favor, no especuló. Argentina nunca quiso corregir las lagunas de su fase clasificatoria. Tener los mejores delanteros del mundo no basta si mendigan balones al medio campo.
España no tiene jugadores con el desborde de Robinho o Messi. Se compone de jugadores elegantes, con físicos nada portentosos, pero capaces de jugar con el viento en contra. Sufrir, pese al talento que rebosan. Penar. Esforzarse. No dejar que el dramatismo del partido les sacara de él, los convirtiera en llorosos victimistas o en peleones toscos. Siempre el talento. Por allí llegaron, una vez más Xavi e Iniesta. Como llegó Casillas cuando más se le necesitaba. ¿Quién dijo que el amor le perjudica a alguien?
Ganar a Paraguay en cuartos era el reto más complicado de este Mundial. Ya se puede perder el miedo a perder para empezar a disfrutar del vértigo de ganar. Nos enfrentaremos al talento con talento, y que gane el más inspirado, no el más rácano.
A España le han tocado verdaderos latazos de partidos. Más tácticos y exigentes de lo que aparentan vistos desde la tele. Y frente a la lata, necesitas a alguien con el abrelatas. He ahí Villa, depredador exquisito, que terminó de meter lo que ni Pedrito ni la suerte ni los postes dejaban meter.
Ahora estamos donde aquel gol de Zarra, que siempre veíamos, pero nunca entendíamos qué habíamos ganado con él. Estamos en medio de un recuerdo en blanco y negro, con nuestra camisa a colores; Estamos ahí. Entre los cuatro supervivientes rodeados de cadáveres. No hay que perder de vista lo que nos trajo hasta aquí. El respeto al balón y la extensión del campo hasta sus últimas dimensiones. España empieza a domar al Jabulani, Hasta ese horrible balón se deja querer por quien lo trata bien.
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