"No queremos caridad, queremos respuestas"
Las familias de las víctimas exhiben su dignidad en la línea 1 del metro de Valencia ante el vacío institucional
Dos líneas paralelas que nunca se cruzan, con un punto de fuga visual que acaba en una oscuridad profunda, casi infinita. Eso es una vía. Y ese vértigo que produce la vía es el que ayer sintieron los familiares de las víctimas del mayor accidente de metro de España cuando recorrieron el trayecto de la línea 1 entre la estación de Jesús y Torrent que sus hijas, esposos, madres... no pudieron concluir el 3 de julio de 2006.
Cuatro años después de la tragedia ferroviaria, que segó la vida de 43 personas y provocó heridas de consideración a otras 47 al descarrilar en una curva un convoy entre las estaciones de Plaza de España y Jesús, las instituciones gobernadas por el PP y una parte de la jerarquía eclesiástica siguen tratando a la Asociación de Víctimas del Metro 3 de julio como si se tratase de apestados. Un trato que contrasta con la dignidad y entereza de las familias de las víctimas ante el vacío institucional y de buena parte de la sociedad que opta por mirar hacia otro lado.
El canónigo de la catedral impide al sacerdote de las familias oficiar misa
La concentración del 4º aniversario reúne a centenares de personas
El Ayuntamiento de Torrent celebra su acto al margen de la asociación 3-J
Los actos del cuarto aniversario de la catástrofe se iniciaron ayer a las 10.00 frente a la boca del metro de la línea 1 de la estación de Jesús ubicada en la calle de Roiç de Corella. Allí, la presidenta de la asociación, Beatriz Garrote, vuelve a recordar que cuatro años después del accidente de la línea 1 nadie, ni en Ferrocarrils de la Generalitat (FGV) ni en el Gobierno valenciano, ha asumido responsabilidad alguna. "Camps nos llevó en el corazón en vísperas de elecciones [de 2007], pero no nos ha recibido nunca", explica la presidenta de la asociación, que añade: "No queremos caridad, queremos respuestas".
De momento, en la estación de Jesús, una persona de Ferrocarrils y dos guardias de seguridad esperan a la comitiva para facilitarle el acceso al metro. Para algunos de los familiares, pasar por el torno se convierte en una bajada a los infiernos que les hace abrir los lagrimales.
Los andenes están despoblados y los convoyes circulan prácticamente vacíos en este sábado de julio. En cada una de las estaciones, los familiares se detienen, vigilados por el personal de Ferrocarrils, escrutados por los periodistas, y acompañados por representantes de partidos progresistas -PSPV, EU, Compromís- que han asumido el compromiso de abrir una investigación a fondo sobre las causas del accidente el día que gobiernen.
En cada estación, Beatriz empuña el megáfono y, como si se tratase de una etapa del vía crucis, relata algún capítulo de ese viaje maldito que empezó el 3 de julio de 2006. En esta estación recuerda que han pedido saber por qué los trenes nuevos funcionan con las balizas viejas que no frenaron al convoy del siniestro. En aquella explica que varios de los fallecidos iban a Paiporta y Picanya.
En el vagón del metro dos jóvenes se muestran confusas cuando les entregan una octavilla que recuerda el accidente. Sus rostros cambian, sus cuerpos se alteran. "Yo iba a coger ese metro, pero salí tarde de clase y lo perdí", dice Lidia, que sigue estudiando y prefiere concentrarse en su futuro, pese a que sabe del trato injusto que reciben las familias. Para Olga, una educadora social de Valencia, el recuerdo ha dejado paso al miedo: "No recordaba la fecha, pero me ha impresionado mucho ver a los familiares". "Me he quedado parada viendo la vía y me he acordado del accidente de metro, de lo de Castelldefels, de los atentados del 11-M", añade.
La comitiva llega a la estación de València Sud. Allí es donde están las oficinas de Ferrocarrils de la Generalitat. Allí es donde tiene el despacho Marisa Gracia, que era gerente de FGV en julio de 2006 y sigue siendo gerente ahora. Beatriz Garrote se aparta del grupo, acompañada por el personal de FGV y se acerca a las oficinas. No hay cámaras. Sin embargo, en el interior del edificio solo hay un empleado, que recoge la carta de la asociación dirigida a la gerente de FGV y cuña una copia para que quede constancia de que ha sido entregada. En la misiva, la misma que han enviado al presidente de la Generalitat, los familiares piden que se les informe de las medidas de seguridad que se han implantado en la línea 1 del metro.
La indignación es patente en algunos miembros de la comitiva, que todavía no tienen anticuerpos frente al ninguneo de su Administración.
La comitiva llega a la estación de Torrent, vieja y sucia pese a los esfuerzos de las limpiadoras. El apeadero, atrapado entre edificios habitados por gente humilde -en su mayoría inmigrantes- parece sacado de una película de postguerra.
"No sabía nada", dice Luis, miembro de un grupo de flamenco-pop, al que acompaña Toni, del mismo grupo. "¿Fue un atentado, no?", pregunta Luis. La respuesta le hace reflexionar. "Si lo sacasen por la tele la gente se acordaría". Toni se acuerda, pero prefiere callar. Sabe que se salvó porque su novia le pidió que se quedase "un ratito más" en Valencia. Lo cuenta, mira las vías y calla, mientras Luis promociona el grupo Sabor Flamenco ante el periodista.
A su lado, Isabel mira a los familiares de las víctimas en silencio, con ojos acuosos. ¿Se acuerda del accidente? "Claro que me acuerdo. Y me trastorno. Tendríamos que estar todos arropándolos, pero la gente se ha hecho muy cómoda. Hemos perdido los valores".
La comitiva llega a la estación término de Torrent-Avinguda del País Valencià a las 12.00. La misma hora en la que el Ayuntamiento, con la alcaldesa popular, María José Catalá, al frente, guarda cinco minutos de silencio por los 21 vecinos que murieron en la línea 1 del metro. Pero nadie del Consistorio se acerca a los andenes.
De vuelta, los familiares realizan la ofrenda floral sobre la curva en la que descarriló el metro antes de llegar a la estación de Jesús. A la hora de la muerte, la una de la tarde, el pequeño jardín que hay en superficie se llena con nuevas flores y recuerdos que hacen desaparecer por arte de magia la desidia de quienes no se han preocupado de limpiar ese pequeño santuario, salpicado de mobiliario urbano roto.
El calvario de la asociación no ha terminado. Horas más tarde, el canónigo de la catedral prohíbe a la asociación que oficie la misa en la capilla del Santo Cáliz el sacerdote que los familiares han elegido, Honori Pascual, del grupo de Rectors del Dissabte. La humillación se viste con el argumento de que un particular puede oficiar misa con el sacerdote que quiera porque se trata de orar por los muertos, pero una asociación... ¡ay, una asociación!
Así que el canónigo insiste en que la misa la oficia él. Y los familiares, pese al conflicto, asisten al oficio. Igual que la alcaldesa popular de Torrent, mientras Canal 9 toma imágenes de la ceremonia del dolor.
La jornada conmemorativa acaba con el acto de las ocho de la tarde en la plaza de la Virgen de Valencia. El lugar donde el día 3 de cada mes se guardan cinco minutos de silencio, llueva o haga sol. Esta vez la convocatoria es mayor. Más de dos centenares de ciudadanos asiste a la convocatoria de la asociación, que ha organizado una lectura de textos y actuaciones musicales con ayuda de escritores, artistas y músicos.
El bochorno de todo el día parece que empieza a levantarse, igual que los 43 globos negros y los 47 amarillos que recuerdan a las víctimas del accidente del metro y que planean durante varios minutos sobre el Palau de la Generalitat.
"Hemos conseguido que el accidente no se olvide. La asociación ha seguido adelante con coherencia y con constancia", explica Garrote, que confiesa que este año han empezado a llegar los reconocimientos sociales. Y todo ello por empeñarse en que las causas del accidente en el que perdieron a sus familias se conozcan a través de una investigación "en profundidad" para que no se vuelva a repetir.
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