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Columna
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Lagartos y gallos tecnológicos

De vez en cuando, conviene huir de la tecnología y volver a lo rudimentario, por ejemplo, a esos viajes en autobús atravesando Castilla. Bien es cierto que ahora con el aire acondicionado el calor se queda afuera y no vamos oqueando como lagartos. En la España del siglo XXI ya no asoman los pollos por los cestos y el sonido de las gallinas ha sido sustituido por el cántico monocorde de los teléfonos móviles ¿Se han fijado que todos los móviles suenan igual? Así que cuando canta uno de estos gallos tecnológicos nos echamos todos la mano al bolsillo con la misma velocidad que John Wayne se la echaba a la cartuchera.

Si, hemos cambiado. La vida en un autobús que va recogiendo pasajeros pueblo a pueblo no es la misma. Antes, su vida te la contaba el largarto del asiento de al lado de viva voz. Ahora te enteras escuchándole hablar por el móvil con una persona a la que tampoco conoces. Así, por ejemplo, me he enterado de que a la hija de la señora del asiento 18 le robaron el miércoles por la noche el bolso. Tengo todos los detalles porque se ha pasado tres pueblos en la conversación. Literal, la pena es que no he anotado sus nombres pero creo que uno era Olmedo, el del famoso caballero. También sé que un amigo del segundo conductor ha sufrido un desfalco a través de internet. Sé que su curiosidad es insaciable, pero por más que ponía la oreja no he podido saber a cuanto había ascendido el daño. Quizá lo resuelva en el viaje de vuelta y mis pesquisas (es decir, poner la oreja) den frutos.

A mi espalda, una señora que iba a Astorga le respondía a su marido que iba a intentar echar la siesta del perro, o sea antes de comer. A los cinco minutos el ronquido sin estruendos era constante. Una mujer de palabra. En cierto modo, ese autobús conducido por un chofer marroquí, para que tengan todos los datos, se había convertido en nuestro patio de vecindad, en nuestra corrala de chácharas tecnológicas, viendo el calor pero sin sentirlo. Y así iban pasando los pueblos y los kilómetros. Nadie hablaba con nadie y todos sabíamos la vida de todos. Cuando los gallos callaban yo leía. Y eso era peor. Así me he enterado de que al Hockman Joma, un juez español le ha condenado a tres años por lanzarle un zapato al presidente turco Erdogan de visita en España. Tres años por el lanzamiento fallido de un zapato. En la página siguiente, leo que los saqueadores del Palau, Millet y Montul, han quedado libres tras trece días en la cárcel. "¿Por Dios?", he dicho para mis adentros, "¡que cante otro gallo!", pero la modorra no sólo se había apoderado de los lagartos sino también de sus gallos. "¡Por Satanás!", he gritado en silencio, "¡Que cante el gallo!" y nada. Solo el ligero ronquido a mis espaldas de la señora de Astorga rompía el tedio. ¡Milagro!, no sé si por Dios o por Satanás ha sonado un gallo... pero era el mío. Y yo mis conversaciones sólo las desvelo entre intelectuales, es decir en Sálvame.

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