Balmes, 159
Aprieta el calor en Barcelona y el Mundial de Sudáfrica sigue escamoteándonos el gol antológico de nuestro idolatrado Messi. Mientras, nos consolamos (que no es poco) con los pases visionarios de Xavi y los goles de Villa para La Roja (esos goles que ningún culé que se precie puede evitar ya visualizar contra el Real Madrid, así somos de obsesivos). En eso estoy. Y en el milagro de la evocación. Extraterritorial, de George Steiner. Observo el sello. Barral Editores, con su inconfundible logotipo: dos delfines como entrelazados surcando un mar. Fijo la mirada en la portada de ese libro gastado y me asalta una imagen: Balmes, 159. Allí un día existió Barral Editores. Son los años setenta. En el balcón de la planta baja rezaba "Alma mater". Y detrás de ese balcón, Carlos Barral algunas mañanas escuchaba un poema de Eliot leído en voz alta por Jaime Gil de Biedma. Creo recordar que había en ese despacho, a dos palmos de la ruidosa Balmes, una gran mesa ovalada. Libros, papeles, vasos de güisqui vacíos sobre su lustrosa superficie. Trabajaba por entonces como corrector de pruebas para esta editorial. Solía dejarme caer por allí casi todos los días de la semana. Llevaba mis trabajos, despachaba con José Santamaría, el jefe de producción. Allí conocí a la hoy agente literaria y entonces responsable de derechos de autor y prensa Mercedes Casanova. Mercedes, siempre con una risa espontánea y contagiosa. Allí conocí también a Julio Vivas, el hoy ilustrador de las legendarias portadas de Anagrama. Algunos días me cruzaba con Félix de Azúa, entonces asesor literario. Siempre que me veía leyendo un libro traducido se interesaba casi automáticamente por la bondad de su traducción. Bien, mirando el otro día un partido soporífero de este Mundial, aproveché su media parte para buscar un libro. Fue toparme con el Steiner y venirme a la memoria unos partidillos que jugábamos en el patio trasero de Balmes, 159, Santamaría, Julio Vivas (con un toque exquisito de balón, un pelotero, que diría Cruyf), yo y otros que ahora mismo no recuerdo. Lo hacíamos al acabar la jornada. Esa práctica, a la cual Félix de Azúa asistía a veces perplejo, nos animó a fraguar un equipo de fútbol para participar en un torneo entre empresas. De más está decir que a Carlos Barral, al fin y al cabo patrón del negocio, nunca lo vi muy entregado a la causa del arte balompédico. Y sin embargo, costeó nuestra equipación: camiseta (con los alados delfines), pantalón y medias. En fin, cosas del fútbol, de la generosidad y de los poetas.
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