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Crítica:GREC 2010 | Teatro
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Contemporáneo y esencial

La gaviota, de Chéjov, en versión reducida, renovada y angulosa del británico Martin Crimp y en una puesta en escena contemporánea, ágil y esencial de David Selvas, que ha permitido a sus personajes expresarse con su propia voz y que espera, según afirma, que al espectador le cueste distinguir qué es de quién. Y así es. Puro Chéjov finalmente llevado a nuestros días o a unos días que nos resultan muy cercanos.

Su complejidad manifiesta en una aparente sencillez -el tono cotidiano de la obra, sus diálogos llanos, sus silencios, su realismo-; su discurso sobre el tema del arte, en general, y el de la literatura y el teatro, en concreto; el amor desgraciado, por fracasado o no correspondido, de sus protagonistas; las relaciones contrapuestas de unos personajes que se contradicen y se complementan; la magnitud de los sueños y la incapacidad del soñador para llevarlos a cabo, y esa sensación de profunda tristeza por unas ilusiones que acaban por perderse, todo eso está ahí, con la simbólica gaviota disecada incluida, sobre el escenario de La Villarroel y durante las apenas dos horas de duración del montaje.

LA GAVINA

De Antón Chéjov en versión de Martin Crimp. Traducción: Cristina Genebat. Dirección: David Selvas. Intérpretes: Rosa Renom, Biel Duran, Manel Sans, Alba Sanmartí, Norbert Ibero, Tilda Espluga, Josep Julien, María Rodríguez, Andreu Benito, Jacob Torres. Escenografía: Max Glaenzel, Estel Cristià. Vestuario: Maria Armengol. Iluminación: Albert Faura. Sonido e imagen: Mar Orfila.

La Villarroel. Barcelona, 25 de junio.

Puro Chéjov finalmente llevado a unos días que nos resultan muy cercanos

La contemporaneidad que consigue David Selvas puede parecer que pasa por algunas concesiones a la modernidad escénica (micrófono, cámara de vídeo, guitarra eléctrica), pero estas son las justas y quedan enmarcadas en el espectáculo transgresor que Konstantin Treplev prepara en el primer acto para conseguir la aprobación de su madre, la gran actriz Irina Arkádina. Y es que, como él mismo exclama antes de su función y refiriéndose al teatro, "hacen falta formas nuevas".

Sin embargo, lo que realmente hace que el montaje de Selvas resulte actual y afín es el ritmo con el que se desenvuelve el conjunto y la naturalidad de unos diálogos servidos por unos intérpretes que parecen llevar años conviviendo juntos, hasta el punto de que es como si nos situaran al otro lado de la puerta y les estuviéramos espiando por la mirilla.

Rosa Renom es la mundana y frívola Irina Arkádina, capaz de captar la atención y de llenar la escena con sus intervenciones mientras todos o casi todos le siguen la corriente; Biel Duran es su hijo, el débil Treplev, que aquí muestra, junto a sus lloriqueos, un cierto ánimo; la Nina de Alba Sanmartí tiene el entusiasmo y la fuerza de la juventud; la Masha de María Rodríguez tiene la verdad de su desengaño, y después están mis favoritos: el Dorn de Andreu Benito, por su serenidad y empaque; el Medvédenko de Jacob Torres, por encarnar esa pequeñez del trabajador infatigable más allá de su talla física, y el Trigorin de Josep Julien, por cómo maneja los hilos de la seducción, la fascinación que ejerce el intelectual, y por cómo evoluciona, encogiéndose, en el último acto.

Los actores de <i>La gavina </i>durante la representación.
Los actores de La gavina durante la representación.CARLES FARGAS

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