Una rareza australiana
Hace 15 años, un niño preguntó a Gro Harlem Brundtland si para ser primer ministro de Noruega era imprescindible ser mujer. Ella soltó una carcajada. Ocupó el puesto de primera ministra durante 10 años (1986-1996) y contaba la anécdota con algo de orgullo. Hace solo unos días, la que fue secretaria de Estado de EE UU, Madeleine Albright, contó una historia parecida. Tras ella llegaron Condolezza Rice y Hillary R. Clinton al mismo puesto. No hay constancia de que ni uno de esos tantos hombres que ocupan y han ocupado cargos de tan alta responsabilidad política hayan sido interpelados en términos similares. El poder es, naturalmente, masculino.
La rareza ha llegado ahora hasta Australia. Allí, una galesa de nacimiento y laborista de corazón se ha convertido en la primera mujer en ocupar el puesto de primer ministro. Se llama Julia Gillard, tiene 48 años y ya está inscrita en los anales de las mujeres en el poder.
Algunos medios ya han hecho el cálculo, sencillo en extremo dada la escasez. En este momento hay en todo el mundo siete primeras ministras, incluyendo ya a Gillard y a la recién llegada al poder en Finlandia, Mari Kiviniemi, que coincide con otra presidenta mujer. En el mundo hay sólo 10 jefas de Estado.
Gillard ha recibido ya la felicitación del presidente de EE UU. Hay en ese país una gran sensibilidad hacia estos asuntos desde que la ex gobernadora de Alaska Sarah Palin se lanzó, sin éxito, a la arena política nacional.
También por primera vez, hay una avalancha de candidatas para convertirse en gobernadoras, lo que no tiene precedentes en la historia electoral de EE UU. Algunas
de ellas optan a erigirse en la primera que ocupa el puesto en ocho Estados siempre administrados por hombres, como California, Nuevo México o Minnesota. Los analistas ya están estudiando el fenómeno y dicen que allá donde hay un alto nivel de educación y muchas mujeres de origen africano, las candidatas tienen más opciones, pero advierten: el resultado final depende de otros factores, como los gastos en las campañas electorales. He ahí otro techo a romper.
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