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SILLÓN DE OREJAS
Columna
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'Redrum' (otanisesa)

Manuel Rodríguez Rivero

Como el pequeño Danny Torrance, el niño de El resplandor, la estupenda película de Stanley Kubrick de la que estos días se conmemora el trigésimo aniversario, también yo gozo de ciertos poderes extrasensoriales y habilidades psíquicas. Para empezar, y como hacía Danny, desde que empezó la crisis financiera suelo pasar bastante tiempo hablando con el dedo índice de mi mano izquierda: a él le relato mis cuitas y a través de él me responden los interlocutores que convoco. Que quiero hablar, es un suponer, con Esperanza Aguirre, la ultracastiza dama de hierro de nuestro particular tea party hispánico y pepero, pues dirijo mi voz a mi dedo, como si éste fuera el muñeco de un ventrílocuo, y le pregunto si es cierto que piensa privatizar el Canal de Isabel II. Mi dedo, como la Presidenta, se dobla y se endereza rítmicamente para terminar contestando lo que le da la gana, y yo me quedo con la misma mosca detrás de la oreja que tenía antes de preguntar. También como Danny, cuando ordeno las novedades que me llegan cada semana y compruebo que continúa la avalancha de novela negra y de intriga policiaca, me digo redrum, que al derecho se lee murder es, decir, "asesinato". Se diría que la narratividad sigue secuestrada por la novela policiaca (además de por la histórica), que es el subgénero que sigue cubriendo la mayor cantidad de centímetros cuadrados en las mesas de novedades de nuestras librerías. Afirman ciertos editores que han aprendido las lecciones de los noventa y ahora se moderan en títulos y tiradas: para saber si es cierto, nada como preguntarles a los libreros (por medio de mi dedo o en persona), que juran estar devolviendo (y, a veces, arrojando) más que en toda su historia. Pero aquí todo el mundo transforma la realidad gracias a la magia del lenguaje: así, la presidenta Aguirre se empeña en llamar "capitalización" a lo que sería una auténtica confiscación a los ciudadanos, con o sin campo de golf incluido (como el que ya "regaló" a los madrileños en la avenida de Islas Filipinas). Y los editores llaman "contención" a rebajar un cinco por ciento su número de novedades para poder seguir huyendo hacia adelante y ver si así pescan más en el actual río libresco. Todo el mundo se las arregla como puede, menos los libreros, que son el eslabón más débil de la cadena (después de los autores, traductores, dibujantes, diseñadores, etcétera) y que no siempre pueden. En cuanto a la Presidenta: esta noche he tenido una barroca pesadilla en que salía ella, calzada con los mismos zapatos fetish que lucía en el último besamanos del Palacio Real (¿se fijaron en su grácil y ensayada reverencia?), mientras sonaba como música de fondo la Marcha fúnebre para una marioneta, de Gounod, popularizada por la serie Alfred Hitchcock presenta. En mi (mal) sueño Aguirre había adoptado la personalidad de Anna, la despiadada comandante en jefe de los lagartos alienígenas de Visitantes, un cutre remake de la serie V (1983) que esta temporada emite, precisamente, la cadena de la que la Presidenta es dueña y señora ideológica (por eso el pueblo llano -pero que puede ponerse abrupto, remember 1789- la ha bautizado como "Teleespe"). Y, como la mala (lagarta) de la película, en mi pesadilla la Presidenta mandaba eliminar a cualquiera que se le opusiera, al grito de "¡despelléjalo!". En fin, que me he despertado de madrugada bañado en sudor frío, con una novela de Harlan Coben (Muerte en el hoyo 18, RBA) abierta sobre mi rostro, y con incontenibles ganas de (perdonen la franqueza) orinar. En el espejo del baño alguien había escrito redrum con un pintalabios del mismo tono que usa la Presidenta. Mi dedo se quedó mudo como una tumba.

Geometrías

Entre los muchos (y polémicos) méritos editoriales de Benedikt Taschen (Colonia, 1961) está el de haber conseguido que el porno duro forme parte del catálogo de los coffee table books (esos libros-objeto que habitan en las mesitas bajas de los cuartos de estar de la clase media como símbolo cultural identitario), algo que logró bastante antes de que las sex shop (ahora "de juguetes sexuales") se convirtieran en parte del paisaje de los barrios comerciales de muchas grandes ciudades europeas. En todo caso, lo del porno "normalizado" no es su único mérito, ni siquiera el principal. Desde que, a principios de los ochenta, Taschen se inició en el negocio editorial publicando cómics alternativos, su obsesión -y su negocio- ha sido romper la tradicional cadena comercial del libro de arte para ponerlo al alcance de (casi) todos los bolsillos. Hoy día su catálogo abarca todas las posibilidades del libro ilustrado en todos los formatos imaginables, incluso aquellos que, por su peso y dimensiones, parecerían condenados a una comercialización marginal (por sólo citar un ejemplo célebre: el "mamut" Sumo dedicado a la obra de Helmut Newton, medía 50×70 centímetros y pesaba más de treinta kilos). En el último envío de novedades que he recibido convivía esa mezcla temática tan típica de Taschen: un extenso vademécum foto-biográfico consagrado a la cincuentona Vanessa del Río (39,99 euros), la actriz porno latina que alcanzó fama y fortuna en los setenta por su habilidad felatriz y succionadora (pero no sólo); el estupendo Magic, 1400-1950 (150 euros), sin duda la mejor historia ilustrada del ilusionismo y la magia que conozco; el segundo volumen de Type (39,99 euros), dedicado a la descripción de las fuentes y de los estilos tipográficos de la primera mitad del siglo XX; y un facsímil excepcional que se ha convertido en mi favorito: los primeros seis libros de Los elementos de Euclides (39,99 euros), según la famosa edición victoriana (1847) de Oliver Byrne, cuyo modelo sigue siendo uno de los desiderata más buscados (y cotizados) en las librerías anticuarias de la anglosfera. Byrne, un matemático poco conocido, puso "cara" a las abstracciones geométricas atribuidas a Euclides (hacia 360-280 antes de Cristo), y lo hizo utilizando los cuatro colores básicos utilizados en artes gráficas. A muchos de sus contemporáneos su "recreación" se les antojó frívola, pero él se defendió argumentando que no había "introducido los colores para deleitar mediante ciertas combinaciones de tinta y forma, sino para ayudar a la mente en su búsqueda de la verdad". Recorriendo sus páginas (el libro se vende en un estuche que incluye textos en castellano) uno tiene la sensación de estar ojeando un antiguo "catón" de enseñanza primaria ilustrado por un constructivista ruso o un discípulo de Mondrian: la geometría es aquí puro arte gráfico, apoyado en una primorosa, alegre e imaginativa puesta en página. Si, siguiendo a Euclides (cuya existencia, como la de Homero, algunos ponen en duda), el punto es lo que no tiene partes, la línea, una longitud sin anchura, y la superficie, lo que sólo tiene longitud y extensión, este volumen es el mejor ejemplo de lo que puede dar de sí la combinación creativa, en artes gráficas, de esos elementos primarios.

Ilustración de Max.
Ilustración de Max.

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