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Columna
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Lo público

Circula por Internet una apasionada (a la par que razonada y razonable) defensa del funcionariado y de quienes trabajan en empresas públicas: "Detrás del desprestigio del empleado público se esconde algo más peligroso: el desprestigio de los servicios públicos". También se nos aconseja que "menos hablar y más reflexionar y conocer", y rubrica la presentación una parrafada de Bertolt Brecht contra el analfabetismo político, según él la peor de las ignorancias porque convierte a los pueblos en lacayos del poder económico.

Años atrás, cuando un Zaplana instalado en la Generalitat reafirmaba sus intenciones privatizadoras, se puso en marcha la primera plataforma en defensa de una RTVV democrática y de calidad. Entonces tuvimos que escuchar a aquel muy alto cargo socialista valenciano explicando que por él ya la podían cerrar o vender mañana, que para qué tanta molestia en conservar unos medios manipuladores y ruinosos. Voilà. Si Brecht levantara la cabeza.

Ahora, en plena externalización de las cajas de ahorros valencianas, las vísceras podrían reclamarnos una reacción igualmente venal e irresponsable: qué importa el desplazamiento de los centros de decisión si es sabido que las entidades se han convertido en un instrumento del poder político partidista, que han secundado aventuras inversoras sin más futuro que favorecer la especulación y el pelotazo en lugar de apuntalar la economía productiva, que han avalado a corruptos, que hasta en las pequeñas decisiones se les ha visto el plumero sectario...

Y claro, así sucesivamente también podríamos exigir que se enajene todo lo defectuoso, por ejemplo este Síndic de Greuges que ampara a los censores y no a sus víctimas. Modifiquemos pues el Estatut, regresemos a la Edad Media y otorguemos el feudo de Cholbi al mejor postor, y así al menos no nos llamaremos a engaño sobre su neutralidad y vocación de servicio. ¿Que tiene usted algún agravio? Pues mediante un modesto copago emitimos un dictamen con membrete, y santas pascuas.

Disculpen la caricatura, pero más o menos de eso se trata, y ya llevamos mucho avanzado en el camino a ninguna parte. Doctores tiene la materia que nos han hecho ver lo que un Nixon o una Thatcher pueden hacer por el desmantelamiento de los servicios, y lo irreversibles que suelen resultar estos procesos incluso en el improbable caso de que las urnas enviaran a la oposición a quienes estimulan o toleran tan dañinas políticas neoliberales. ¿Cómo rescatar para la gestión pública los hospitales, los centros educativos, los servicios sociales mercantilizados, y menos en tiempos de crisis? ¿Cómo evitar la sangría económica que nos suponen, además de haberse constituido en soporte de desigualdades sociales?

Un pueblo analfabeto políticamente es el que permite que sus dirigentes renuncien a mejorar lo que no funciona. Son como los malos sacamuelas: en lugar de sanear y salvar la pieza, arrancan el diente y lo tiran a la basura, lo que no les impide pasar una abultada factura.

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