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Columna
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Los 'mitchellines' y el ratón

La fábula es de Esopo, pero la desarrolló también el alavés Samaniego: "Con varios ademanes horrorosos / los montes de parir dieron señales; (...) estos montes, que al mundo estremecieron / un ratoncillo fue lo que parieron". Ya apliquen ustedes la enseñanza a nuestra historia de los últimos lustros -lo digo por lo de los ademanes horrorosos- o bien a su penúltima destilación -el acuerdo firmado entre la izquierda abertzale y EA-, el ratoncillo amenaza con ser un efecto de miopía e ir adelgazándose hasta convertirse en pulga, aunque para encontrarla haya que apartar el perifollo. Pues perifollo hubo, y abundante.

Fieles a su tradición, los batasunos nos presentaron su última ocurrencia con la pompa y solemnidad que acostumbran. Hubo mucha tribuna y mucho firmante, una de esas puestas en escena pensadas para que el personal no deje resquicio libre en la fotografía. Tal vez consideren que es eso lo que significa la fuerza de la razón, o quizá recurran al número como argumento intimidatorio. Sea cual sea el motivo, lo cierto es que siempre que presentan una iniciativa lo hacen rodeados de un coro que no se sabe si quiere representar al sacrosanto pueblo cuya propiedad se atribuyen o si es una nueva versión de los maceros, versión más acorde con la sociedad de masas o con el formato de algunos programas televisivos. Dos eran los firmantes, aunque dieron la impresión de ser multitud. No es extraño que acapararan todos los focos.

¿De qué se trataba? No me atrevo a decir que de nada que mereciera la pena. En principio, de la firma de un acuerdo estratégico entre dos fuerzas políticas independentistas. Y el texto del acuerdo me deja perplejo: una especie de refrito de Lizarra, lleno de lugares comunes, falsedades históricas y propósitos tan viejos como el nacionalismo mismo. En cuanto a lo que había despertado tanta expectación, ninguna novedad. Una referencia a los "Principios Mitchell", convertidos en nuevo Sinaí, dada la necesidad que tiene ese mundo de recurrir al mito hasta cuando se trata de aceptar lo que el sentido común ordena. Pero si para asumir que mientras se dialoga no hay que pegar tiros necesitan convertirse en mitchellines, sea, aunque no deben de confiar mucho en su "conflicto" al tener que emular tantos conflictos ajenos. Siempre resultan ser la copia de la copia. ¿Alguna virtud? Tal vez la del poder de la repetición, la de que a fuerza de repetir, perifollo va y perifollo viene, lo del "uso de vías exclusivamente políticas y democráticas", acaben convenciendo a quienes tienen que convencer, y a quienes quizá vayan dirigidas realmente estas parafernalias, de que esa es su apuesta y de que es irreversible. O quizá no, y todo sea sólo viento, con lo que volvemos a Samaniego: "Hay autores que en voces misteriosas / estilo fanfarrón y campanudo / nos anuncian ideas portentosas; / pero suele a menudo / ser el gran parto de su pensamiento, / después de tanto ruido sólo viento".

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