_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

¿Quién cae?

David Trueba

La franquicia argentina Caiga Quien Caiga arrastra el estigma de su primera versión española, la capitaneada por el Gran Wyoming. Su caída de la parrilla fue un regalo que los directivos de Telecinco hicieron al Gobierno de Aznar suprimiendo el programa en época electoral. Aquella salida turbia castiga al formato en cada resurrección. Y no es del todo justo. Los espectadores perciben que la dinamita ya no hace daño porque el mundo mediático está demasiado polarizado por afinidades ideológicas. También resulta abaratadora la obsesión por regalar unas gafas de sol o lograr un saludo, retos que hoy día son poco ambiciosos. Actos publicitarios tan vacuos pero tan celebrados mediáticamente como ver a Tom Cruise y Cameron Diaz dar vueltas en moto y coche a una plaza en Sevilla no ganan en interés por más descaro que le eche el reportero. Para muchos la cota más alta de mordacidad cómica sigue siendo aquel Pablo Carbonell preguntándole a Luis Cobos: "Como director de orquesta, ¿qué champú nos recomendaría?".

Tanto Manel Fuentes en la segunda época, como las deslenguadas Silvia Abril y Ana Milán en la actual, dotadas del sarcasmo burro para convertir la mesa de las presentadoras en una camilla quirúrgica, han de luchar para preservar la esencia crítica del formato. El problema es que la falta de relevancia resta fuerza al programa. Necesita popularidad para que el bisturí corte más allá de la epidermis. Cuando Estíbaliz Gabilondo persigue a Díaz Ferrán para que le devuelva el dinero del billete de Air Comet, el personaje escapa sin dar la cara porque no se siente juzgado en un espacio de máxima audiencia, sino en un rincón de progres.

Por azares empresariales, el programa ha vuelto a manos de Telecinco. Si sobrevive no ha de inclinarse hacia la broma blanca por ingeniosa que sea: dejar sin imagen en la tele de un bar a seguidores argentinos durante las jugadas más emocionantes de un partido o engañar a los jugadores de Honduras para que firmen un contrato para dejarse ganar contra España. Cuando rescataron el viejo grito de Trillo de "¡Viva Honduras!" frente a los soldados de El Salvador, nos devolvieron la esencia del formato: lo que importa del CQC es quién cae bajo su dardo afilado.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_