¿Quién tiene prisa?
El documento enviado por el presidente del Partido Socialista de Euskadi, Jesús Eguiguren, al lehendakari Patxi López era sin duda inoportuno: cuando el Gobierno vasco se ha convertido con el apoyo del Partido Popular de Antonio Basagoiti en un raro oasis de racionalidad, carece de sentido echar carnaza gratuita a quienes recelan de nuevas negociaciones con los terroristas y desean regresar a la confrontación entre defensores y traidores de la patria. Pero, además de inoportuno, podría ser un documento equivocado. Y podría serlo porque, más allá de la viabilidad o inviabilidad del análisis y las propuestas que contiene, parte de un principio que en realidad solo es válido para la banda terrorista y su entorno: que urge hacer algo, que existe una prisa insoslayable y general para encontrar una solución definitiva al terrorismo y al futuro político de su entorno.
"Que se declaren en tregua si quieren, o que se disuelvan, pero que no esperen incentivos"
Cuando por las razones que sea, y entre ellas de manera destacada la eficacia policial y judicial, los terroristas no llegan a cometer atentados, el valor de una eventual tregua es cercano a la irrelevancia, mucho más cuando la propia banda debate con desvergonzado desparpajo si debe ser táctica o definitiva. Es verdad que, mientras sigan teniendo pistolas y pocos escrúpulos, los terroristas pueden perpetrar nuevos asesinatos. Pero la posibilidad de que puedan hacerlo no requiere de ningún cambio en la estrategia del Gobierno o de los partidos democráticos, puesto que es la situación vivida durante los muchos años en los que la banda se arrogó el derecho a decidir sobre la vida o la muerte de miles de ciudadanos. A los efectos que importan, es irrelevante que no haya atentados porque los terroristas no están en condiciones de cometerlos o porque hayan declarado una tregua. Declararla o no, interpretarla como táctica o estratégica, hacerla pública en un acto o en otro, son asuntos que, llegados a la situación actual, solo les preocupan a ellos, ante la indiferencia y la repugnancia de un país que los ha visto declararse en pie de guerra y matar, y declararse en tregua y matar también.
No hace mucho tiempo, se elucubraba sobre la forma, sobre la puesta en escena en que se desarrollaría el final de la banda, y había quienes se lo representaban como una ceremonia de armisticio y quienes lo imaginaban como el chirrido de una reja cerrándose a la espalda del último de los terroristas. Si algún interés tienen hoy aquellas elucubraciones es constatar que los únicos que siguen enredados con ellas son los terroristas y su entorno, transmitiendo además la sensación de que hay prisa, de que es urgente para todos decantarse. Si la banda está tan débil como parece deducirse de las detenciones continuas y de su falta de actividad, entonces se comprende por qué algunos de sus miembros, además de los dirigentes políticos de su entorno, se muestran ansiosos por representar un armisticio. En realidad, es el único capital del que disponen, la última moneda de cambio que les queda. Solo que, para el Estado y para los ciudadanos que han padecido sus crímenes y sus bravatas, ni ese capital ni esa moneda valen ya gran cosa. Que se declaren en tregua si quieren declararse, que se disuelvan si quieren disolverse, pero que no esperen ni reclamen incentivos para hacerlo. Y si lo que quieren es volver a matar, lo único que tienen que saber es que no encontrarán nada distinto de lo que han tenido hasta ahora.
Entre las elucubraciones sobre cómo sería el final de la banda tal vez habría que considerar una posibilidad que parecía impensable en los momentos de su mayor furia criminal: que si, por las razones que sea, sigue sin llegar a cometer atentados, su desaparición no consista en otra cosa que en los ciudadanos pudiendo preguntarse, pasado el tiempo, ¿y qué fue de aquellos asesinos? Bien mirado, ese fue el final que tuvieron otros grupos terroristas en España. El hecho de que este tuviera apoyo electoral a través de sus sucesivos brazos políticos no lo ha convertido en algo distinto sino tan solo en más duradero. En estos momentos, sin embargo, hasta los mismos terroristas parecen convencidos de enfrentarse a su final.
El documento que el presidente del Partido Socialista de Euskadi ha enviado al lehendakari Patxi López incluye análisis y propuestas que cierran la puerta a la posibilidad de que la banda acabe de este modo. No se trata de apostar o no porque sea así, sino de no cerrar la puerta a un hipotético desenlace por extinción. Sobre todo porque ninguna prisa, ninguna urgencia se lo exige ni al Gobierno ni a los partidos democráticos.
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