"15 toques de la 'naranja mecánica"
El fútbol casi siempre mejora en los recuerdos. Hay varios momentos estelares que evoco con nostalgia, como la naranja mecánica de Cruyff, en Alemania 74, cuando la final empezó con 15 toques seguidos de los holandeses que acabaron con penalti a Johan Cruyff. O la final entre Italia y Alemania, en España 82, donde el contraataque italiano derrumbó hasta en tres ocasiones el muro alemán, mientras Sandro Pertini, presidente de la República italiana, celebraba en el palco cada gol del mejor jugador y Bota de oro: Paolo Rossi.
Pero el valor que tiene el Mundial va mucho más allá del fútbol, del deporte. Un acontecimiento capaz, por sí mismo, de potenciar la imagen del anfitrión hasta cotas insólitas. Seguro que Sudáfrica sabe aprovechar esta oportunidad para, como decía John Carlin en estas páginas, "dar el salto definitivo a la modernidad, convertirse en un gigante emergente y competir en el mercado global". Para mí es un momento de máxima emotividad por su capacidad de implicar a todos en la conquista de unos valores a través de un deporte épico como pocos: compañerismo, amistad, concordia y sana competitividad.
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