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Columna
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'Fulbo' o 'furbo'

La Real ha vuelto a Primera, y me alegro. Me alegro porque veo que ese ascenso satisface la ilusión de decenas de miles de personas con las que convivo. Podría condenar esa ilusión y patear un sendero apocalíptico poblado de términos como opio, alienación y similares, pero la experiencia me hace ser cauto en mis valoraciones y he llegado además a la convicción de que estos juicios sumarísimos lo mismo valen para un roto que para un descosido, por lo general para todo aquello que merece nuestro rechazo. Supongo también que los motivos por los que la gente se aficiona al fútbol son variados, desde los más febriles a los más banales, y que la identificación con unos determinados colores no tendrá en muchos casos otro contenido que la empatía con los que nos son más próximos. El fenómeno colectivo, ese entusiasmo, encierra casuísticas individuales que no tienen por qué ser reducibles al fenómeno en sí, aunque bien es cierto que ese fervor colectivo existe y que se presta a todo tipo de explicaciones, desde las más metafísicas a las más cursis.

Uno de los elementos con los que más se suele identificar el fervor futbolero es con la identidad. El fútbol, se repite, es ahora mismo el principal agente identitario de las sociedades modernas, aspecto éste que miman y potencian las instituciones políticas. Los equipos asumirían la representación de las identidades de pertenencia, bien sean locales o nacionales. Tal vez sea así, y como prueba acaso sirva el guipuzcoanismo efervescente que exulta estos días con la gesta realista. Sin embargo, no deja de ser llamativo que la identidad se busque en aquello que es, y cada vez más, universalmente común. Frente a la identidad fundada en la diferencia -ésa que nos hace ser absolutamente distintos a los demás-, nos hallaríamos ante una identidad competitiva. Lo que nos diferencia no es algo irreductible, sino el triunfo en un terreno de competencia entre similares. La cohesión identitaria cristaliza en la victoria, está orientada a ella. Por eso pienso, dado que los triunfos sólo sonríen de vez en cuando, que el fervor futbolero requiere de otros condimentos, además del identitario, para sobrevivir.

Lo que creo que ofrece el fútbol es un anclaje simplificado en el mundo. Frente a la complejidad del mundo actual, todo en él es primario, de acceso inmediato y comprensible. Y provoca toda clase de emociones, buenas y malas, derivadas de simples procesos de identificación sin mediación alguna, emociones que pueden velar la ardua tarea de vivir. Podemos hablar de la inteligencia de tal o cual estrella de fútbol. Su virtud reside en que nos ofrece una satisfacción inmediata, instantánea. La inteligencia de un Grigory Perelman, ese matemático ruso tan raro, nos resulta más ardua y trabajosa, acaso inaccesible. Seguramente el futuro le pertenece a él, y no a Messi o a Cristiano. Pero el hoy, ese hoy radiante, transparente y sin mácula, les pertenece a éstos. Y a quienes los adoran.

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