La autenticidad y lo dudoso
Otra noche con Enrique Morente, lo que siempre es un acontecimiento en el mundo del flamenco. Y se nota en la afluencia del público, que llenó completamente el recinto y al salir discutía apasionadamente sobre las incidencias del concierto.
¿Incidencias? Sí, las hubo, sobre todo el final, cuando inesperadamente en el escenario se montó algo así como una barbería, diríamos que en plan burlesco, que entre parlamentos diversos hicieron sus componentes unos discretos cantes y toques por bulerías que aún me tienen desconcertado. Se me antoja que el tema no pegaba con el resto del espectáculo, y no se me ocurre qué ha motivado al cantaor a hacer esto.
Lo auténtico estuvo antes, y justamente en un concierto lleno de seriedad y buen hacer flamenco. Comenzando por una rueda de las que suele hacer Morente con todos los integrantes del espectáculo, que en esta ocasión dedicó a Nelson Mandela, cuyo nombre se repitió con insistencia a lo largo del número, que había comenzado con unos cantes por toná de exrema jondura.
Enrique Morente
Enrique Morente: cante. Con Rafael Riqueni, David Cerreduela, guitarras; Antonio Carbonell, Ángel Larrabe, Enrique Morente hijo, cante y palmas; bandoleo: percusión. Y otros. Madrid, Teatros del Canal, 15 de junio
Después ya vinieron la caña y otros cantes tradicionales, para terminar con unos temas del disco sobre Picasso flamenco del mismo Morente. Claro que decir que Morente hizo temas tradicionales es siempre relativo, y suelo explicarlo habitualmente, porque el cantaor no hace siempre igual el mismo cante jamás. Distorsiona los tercios, modifica sus compases, les da otro carácter del que en origen tenían. Pero no pierden su flamencura en ningún caso. Las bulerías que hizo esta noche -una noche en la que el ritmo buleariero asomó con relativa frecuencia, aquí y allá, dando tema para los cantaores, los cuatro tocaores y los tres bailaores-, por ejemplo, las ralentizó de manera muy acusada, siendo el efecto de extraordinaria belleza sin que el género perdiera su son de bulería. O las siguiriyas, que hizo acompañado únicamente por la guitarra de Riqueni, un tema que resultó extraño por lo diverso que era de las siguiriyas convencionales, pero que sin embargo resultó decididamente hermoso sin perder el acento siguiriyero.
Esta fue, podríamos decir, la parte más auténtica del concierto de Morente, allí donde él cantó con mayor seriedad ennobleciendo el flamenco y dándole una grandeza sorprendente. Que es a lo que nos tiene acostumbrados por otra parte. Cuando él quiere, Enrique Morente sigue siendo el gran cantaor que arrastra públicos masivos a sus conciertos sin ningún esfuerzo, el que mueve a los aficionados de pura cepa. Hace digno el cante, con una dignidad que no tolera ninguna duda ni admite que se pueda sospechar de su autenticidad a ultranza. Es el cante, dicho en el sentido más estricto del término, en su acepción más rigurosa.
Reapareció Rafael Riqueni, después de mucho tiempo que le habíamos perdido la pista. Son las cosas de Morente, que hace para ayudar a amigos que lo necesitan. Riqueni tocó como él sabe hacerlo, con precisión y encanto, aunque quizás se le nota una cierta falta de soltura producto, me imagino, de largas temporadas sin tocar. Pero es un guitarrista siempre de clase excepcional, y lo demuestra cuando está en condiciones de hacerlo.
Hacia el final del concierto, el grupo en corro otra vez hizo una larga ronda por bulerías sumamente efectivas. Cantaron varios de los componentes del mismo, y bailaron los bailaores.
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