Palacete sin estrés
Hotel Vincci La Rábida, una casona sevillana del siglo XVIII
Muy cerquita de la Giralda, en pleno barrio del Arenal, la cadena Vincci tiene plantado otro de sus reales palacetes para viajeros de gustos clásicos. Aquí las piezas se elevan hasta tres plantas sobre los arcos y columnas de mármol que configuran el patio central, herencia nobiliaria del siglo XVIII, con una escalinata de igual abolengo, pero asistidas por un moderno ascensor que llega hasta la azotea, ideal para tomarse un café a medianoche con la mirada esparcida sobre los tejados de Sevilla. De día, cuando el calor aprieta -y, con frecuencia, ahoga-, el piscolabis se traslada al patio lobby, moteado de ricos sofás en tonos fucsias, cremas y asalmonados. Anticipa este riguroso cuadro un zaguán alicatado de hidráulicos y techado con un precioso artesonado de madera. No tan magnífico, desde luego, como el que cubre la totalidad del comedor, ambientado con dos arañas de forja muy ad hoc con la materialidad del lugar.
Hotel Vincci La Rábida
PUNTUACIÓN: 6,5
Categoría oficial: cuatro estrellas. Dirección: Castelar, 24. Sevilla. Teléfono: 954 50 12 80. Fax: 954 21 66 00. Internet: www.vinccihoteles.com. Instalaciones: patio de verano, terraza-azotea, 3 salas de convenciones con capacidad para 190 personas, salón, salón biblioteca, bar, comedor. Habitaciones: 8 individuales, 71 dobles y 2 suites; todas con baño, calefacción, aire acondicionado, teléfono, TV satélite, wifi de pago, secador de pelo, carta de almohadas. Servicios: algunas habitaciones adaptadas para discapacitados, animales domésticos admitidos. Precios: desde 93,60 euros + 7% IVA la habitación doble; desayuno, 10 euros + 7% IVA.
Tal vez por su proximidad a La Maestranza, el hotel recibe la visita estacional de toreros y mentores de los diversos cenáculos taurinos que hay en la ciudad. Fuera de temporada, sin embargo, la cosa se pone más sosa. Y no parece que haya voluntad por que el ambiente de rejones tenga continuidad en el restaurante, pésimo en su oferta culinaria y caro para lo que da. Solo se salva en este capítulo la presentación de los desayunos, así como la posibilidad de tomarlos al aire libre, en el patio de verano.
Calle sin tráfico
El servicio se muestra siempre bien dispuesto, eficiente en los detalles y con muchas ganas de agradar. Nada de estrés en el horizonte: sin ser del todo peatonal, la calle del hotel permanece cortada al tráfico, lo que en Sevilla y en temporada alta asegura una gran dosis de tranquilidad.
Algunas habitaciones se las dan de aristocráticas: exhiben en sus paredes estucos venecianos, doseles de gasas en torno a sus camas y bañeras de hidromasaje en cuña en los cuartos de baño. Las distingue además una atmósfera chiclosa de lamparotas fuera de escala, flores artificiales y gres industrial. Las suites, de construcción más reciente, adoptan en cambio una imagen contemporánea que alivia la gravidez cromática de los dormitorios estándares con una decoración más limpia y diáfana, incluso en las tapicerías y los cortinajes, así como unas vistas apetecibles sobre la catedral sevillana. Todas, eso sí, con buena cama y sábanas apropiadas para un dulce sueño.
Al precio que se consigue en Internet y con las ofertas ocasionales para la clientela registrada, el hotel no defrauda.
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