La crisis ante los dioses
Hasta hace un par de años hablábamos de otras cosas, pero desde la quiebra de Lehman Brothers solo hablamos de la crisis. No siempre con igual intensidad, sino a través de una intensidad creciente y un susto musculado día tras día, mejor justificado y amenazador, nos damos cuenta de que el asunto supera a la llamada "crisis sistémica" y la tabarra de los hedge funds, sino que la marea afecta a los ingresos domésticos, el colegio de los niños, las vacaciones, el desempleo y hasta la perspectiva de perderlo todo.
Muchas familias españolas de hoy proceden de padres o abuelos que terminaron arruinándose con sus negocios. Casi fatalmente los negocios familiares mantienen una prosperidad de un par de generaciones y luego se hunden. A veces, incluso, este periodo generacional se acorta porque ya los hijos de aquellos empresarios conspicuos desdeñan ese quehacer y descuidan su trabajo o lo delegan en un empleado distinguido que no es demasiado eficiente o, incluso, no es honrado.
Si buscan mejorar la economía, ¿por qué acentuar su deflación?
La sociedad española se encuentra poblada de estos penosos casos de firmas que se agotan pronto y a quienes la desidia las ahoga, la ahogan las deudas, su inercia y, frecuentemente, las tentaciones de especular en inmuebles, playeros o no.
Esta parte de la población que he conocido en el sector del calzado o del juguete alicantinos se comportaban tradicionalmente como la piel industrial de un ser vivo que, tras un tiempo de eficiencia, se necrosaba. Así, más deprisa de lo deseable, la descamación iba renovando tanto el tejido emprendedor como sus medios de producción. Las máquinas se renovaban al compás de la juventud de los nuevos propietarios.
Más tarde, cuando la asfixia llegaba, la localidad registraba la quiebra o la suspensión de pagos de esa "razón social" como las catástrofes que se producen por las heladas o el pedrisco en el mundo de la agricultura. También se asociaban estas muertes de las personas jurídicas a siniestros, especialmente los incendios, porque año tras año no faltaban fabricantes que, para ampararse en el seguro, provocaban el fuego total.
La actual coyuntura recuerda el proceder de estos empresarios que quemaban su negocio para salvarse. No pocos de ellos terminaban en prisión a causa de su dolo, pero la idea central era librarse de la cárcel más próxima que significaban los impagados.
Y esta viene a ser, a despecho de las explicaciones sofisticadas, el momento de la economía actual (¿mundial?). Como en los sacrificios primitivos, con o sin bueyes, con terneros o con seres humanos, el sistema está creando una gran pira en la que millones de desamparados serán ofrecidos en sacrificio para la supuesta salvación general. Porque no se trata de recortar los presupuestos al modo de una oportuna intervención quirúrgica, sino de cortar cabezas, crear una masa muerta esperando que con su acumulación se forme un montón humano tan alto que los dioses -los inventos, el azar, la magia del tiempo- mejoren su estado de ánimo y concedan de nuevo la prosperidad.
Porque, ¿de qué manera puede esperarse que la economía se avive si las políticas de todos los Gobiernos europeos van dirigidas a desangrar las prestaciones, las inversiones o el Estado -material y psicológico- del bienestar? Menos ingresos, más paro y más congelación de pensiones deriva en una menor demanda y, en consecuencia, en más paro, más pobreza, mayor decrepitud.
Esta secuencia que sabe toda autoridad económica, tanto la alemana como la española, la griega o la británica, forma parte actual de los "deberes" de cada país. Pero entonces, si se pretende mejorar la economía ¿por qué persistir en acentuar su deflación? Francamente: no se les ocurre otra opción. Proveyeron de grandes sumas de dinero al sistema y ahora lo empobrecen para probar, acaso, con medidas opuestas la reacción del monstruo por conocer. ¿Inteligencia? ¿Estrategia?
La más directa contemplación de lo que se viene encima es la multiplicación del paro, la retracción del consumo, la extenuación (¿por décadas?) del múltiple negocio familiar. Negocio colectivo que daba de comer y ahora da, sobre todo, que pensar.
El sistema capitalista llegado al extremo del capitalismo se prende fuego tras el cénit especulativo de su ambición. ¿Eso era todo? El poderoso y gigantesco sistema, no una empresa de pueblo, se pega un tiro. Sin comunismo o socialismo alternativos, sin presión sindical, sin las agitaciones próximas o del tercer mundo, en plena época radiante e indiscutible para el sistema, el capitalismo se prende fuego. ¿Cómo esperar que solo los economistas den cuenta de esta gran tragedia de la historia cuando ya se les ve balbucientes, declinantes y perturbados ante el dilema del sí y el no?
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