La fragilidad de Pollock
Hay momentos, delante de un cuadro, que uno puede pensar que ese artista es de una raza superior, alejada del común de los mortales. Que no puede existir un vínculo humano entre ese visitante y pintores como Claude Monet, Kandinsky, Mark Rothko, Jackson Pollock o Cy Twombly. Que entre ellos sí hay una conexión (que estos días se puede ver en la exposición Monet y la abstracción), alejada en cambio del día a día. Sin embargo, los artistas son humanos -sus obras en cambio están por encima de consideraciones banales- y no hay más que acercarse a sus biografías para verlo.
Hoy domingo el Museo Thyssen-Bornemisza (paseo del Prado, 8) proyecta a las 19.30 Pollock (2000), una intensa y auténtica inmersión en la vida de Jackson Pollock, al que interpreta Ed Harris, que además dirige el filme. ¿Harris transmuta en Pollock, o Pollock usa a Harris para comunicarse? No está muy claro, pero el resultado es una epifanía sobre el arte moderno, un brillante ejemplo de cómo se pueden mostrar las dos caras de una persona, su vida diaria, carnal, y su alma artística sin caer en el aburrimiento o la miseria.
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