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Columna
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La chica de ayer

Érase una vez una ciudad donde había gente para todo. Hablo de Madrid y de la semana en que el Atleti ganó la Europa League, en que Rafael Nadal ganó a Roger Federer y el Masters 1.000 de Madrid, en que el Barça ganó al Valladolid y la Liga, en que se celebraron las fiestas de San Isidro, en que Garzón fue suspendido de funciones por el Consejo General del Poder Judicial, en que Zapatero anunció sus recortes, en que integrantes de los míticos grupos de los ochenta (Nacha Pop, Golpes Bajos, La Unión, Tam Tam Go!) y Mercedes Ferrer cantaron La chica de ayer en la Gran Vía mientras que más arriba o más abajo, en otro escenario, Pastora Soler hacía revivir el chotis en un ajustado vestido medio flamenco, medio madrileño. Ella, Esperanza Roy y Diana Navarro cantaron Monísima, letra que siempre me pone la carne de gallina, casi como la Marsellesa. Ya sé que hay una gran diferencia, para escuchar Monísima no hay que ponerse en pie. No ensalza la patria ni los grandes ideales, sólo a una chica que pasa por la calle, pero a mí me emociona la fuerza con que hace brillar lo menudo, lo pequeño, la vida de un momento cualquiera. Me emociona esa chica que acaba de plancharse una blusa para salir a dar una vuelta. "monísima, monísima, monísima... / Así te dicen cuando pasas por ahí. / Monísima, monísima, monísima... / Con tu blusita planchadita de organdí".

Madrid no es pretenciosa porque no se cobija bajo grandes símbolos ni grandes himnos

Así es Madrid, ni pretenciosa, ni pretendidamente señorial porque no se cobija bajo grandes símbolos ni grandes himnos (¿se sabe alguien el himno de la Comunidad de Madrid?). Lo nuestro es un oso u osa comiendo pacíficamente de un madroño. Y tenemos un río, que Góngora llamó "aprendiz de río", cuyos márgenes son más importantes y grandes que el propio río. Quien no haya acudido a visitarlos, a darse un paseo por ellos después de la remodelación, que vaya. Merece la pena. Le dan empaque a la zona y acercan los barrios divididos por el Manzanares con puentes originales y modernos que no intentan competir con el de Marqués de Vadillo. La verdad es que me gusta esta obra: muchos árboles, juegos para niños, amplitud, buen diseño. Sólo falta el agua, pero tampoco se puede tener todo. De pronto, Carabanchel está más cerca del centro, y la gente del centro empieza a aventurarse a ir más allá de la almendra que los tenía aprisionados.

Hay un estupendo carril-bici, pero ni peatones ni ciclistas nos fijamos en estos detalles y aún resulta un poco caótico el paseo, sobre todo los fines de semana en que se pone hasta los topes. Patinadores, bicis, niños corriendo, un señor mayor que toca el quitamiedos del río con los nudillos interesado por los materiales.

Hay gente para todo en esta ciudad. Iba en un taxi a mi casa la noche en que los colchoneros se dirigían a Neptuno con una excitación fuera de lo normal. O puede que no fuese yo la normal. Los de los coches de los lados sacaban medio cuerpo por la ventanilla y me hacían señas para que me uniera a su alegría. Me dio rabia no llevar una camiseta del Atleti en el bolso y sentirme parte del todo. Madrid se había puesto a rayas rojiblancas. Familias enteras a rayas, desde el padre, pasando por la madre, al niño en brazos. Por algo será. Cuando tanta gente siente lo mismo por algo será. No quiero ser un bicho raro, quiero ser del Atleti. Al mismo tiempo y en este mismo país, a muchos de los eufóricos, entre los que seguramente se encontraban funcionarios y pensionistas, les van a bajar los sueldos y a congelar las pensiones. Hacían bien en disfrutar un rato.

El día de San Isidro los uniformes fueron otros. Las camisetas del equipo se sustituyeron por vestidos de madrileñas, gorras de pichi, mantones y flores en el pelo. Tampoco llevaba una gorra en el bolso cuando vi a un grupo de chicas con los mantones resbalándoseles sobre los vaqueros con gran estilo. Entre estas monísimas también había chinas, ecuatorianas, polacas. Y mientras en los telediarios se hablaba del juez Garzón, en la Gran Vía no cabía un alfiler. ¿Qué pasa con la justicia?, ¿es suficientemente justa?, ¿ampara nuestra sensibilidad?, ¿no se tienen que adaptar las leyes al cambio de los tiempos? ¿Por qué tanta resistencia a revisar los crímenes del franquismo? Y tampoco hay que echar en saco roto la desesperación de los padres de Sandra Palo o de Marta del Castillo ante una ley del menor más matizable. Pero cuando pensaba esto, por encima de nuestros problemas, en la Gran Vía comenzó a sonar la que se ha convertido en el himno sentimental de esta ciudad: La chica de ayer, la otra cara de Monísima.

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