Qué injusta es la vida, Jamie
El niño bonito de la música británica embelesa a sus numerosos seguidores haciéndolo todo bien
Nadie dijo nunca que en este mundo reinara la justicia. Lo normal es que los gorgoritos que profiere cualquier paisano solo se los soporten los azulejos de la ducha. Lo habitual es que uno apenas se coma algún colín de tarde en tarde, y casi siempre apelando a la desesperada fórmula del roto y el descosido. Lo más frecuente es que las teclas de un piano constituyan un jeroglífico indescifrable y que un año de academia apenas garantice la torpe ejecución de El baile de los pajaritos con el dedo índice muy tieso. Y en esas llega un tipejo como Jamie Cullum y te destroza las medias aritméticas. Es tan bueno en todo que hasta ganitas entran de cogerle tirria.
En efecto, Cullum forma parte del muy selecto gremio de los privilegiados. Canta como un crooner exquisito que hubiera decidido consagrarse a la vida crápula. Toca el piano con el descaro de Jerry Lee Lewis, pero infinitamente mejor. Aunque haya cumplido ya los 30 conserva la sonrisa de un niño gatuno, travieso y gandul. Se despeina como nadie. Es lo bastante guapete y encantador como para haber contraído matrimonio con la despampanante Sophie Dahl (que le aventaja en 22 centímetros de altura). Y, por si fuera poco, en escena se comporta como un perfecto animal. A la segunda canción, Get your way, ya andaba encaramado sobre el piano. Lo dicho: un asquito.
Canta como un 'crooner' exquisito que hubiera decidido ser crápula
Puesto que a Jamie le sonríe la fortuna, con él merece la pena hasta prestar atención a los teloneros. Comparecieron a última hora Sweet Billy Pilgrim, unos británicos a medio camino entre David Sylvian y Radiohead, solo que con humor. Si existe justicia, prosaica o poética, acabarán enamorando al mundo. El trío londinense, liderado por Tim Elsemburg, toma su nombre de uno de los personajes de la novela de Kurt Vonnegut, Matadero 5.
Y luego, a partir de las 10 y con La Riviera a reventar, llegó él. Menudo, nervioso, hiperactivo, con el sentido del espectáculo grabado en las carnes. Nadie sabe si hace pop sincopado o jazz vocal de amplias miras. A los talibanes de la ortodoxia les produce urticaria, pero los demás caemos rendidos a sus encantos desde I'm all over it now, tema inaugural y canónico.
Le asiste una banda correosa, donde el guitarrista agarra la trompeta y el teclista se apaña con el saxofón. Qué injusta es la vida, demonios. Algunos lo tienen todo; otros han de conformarse con las migajas. Y encima les dan calabazas. Seguro.
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