El mundo de Ferrer Lerín
Francisco Ferrer Lerín tiene todo su piso de Jaca, incluido un pequeño apartamento anexo, a su servicio. En un rincón del salón comedor, se instala en un viejo sillón de orejas cuando quiere pensar. Se refugia en el apartamento cuando sus hijos o amigos invaden la casa. "Necesito ese punto de soledad para poder escribir". Pero su lugar preferido es un pequeño despacho atiborrado de diarios, revistas, carpetas, el ordenador... y los objetos que le gusta tener cerca. Como los prismáticos de la URSS que compró a principios de los setenta. "Gracias a ellos puede hacer una observación capital en mi vida ornitológica: la cita excepcional de un buitre negro, especialidad mediterránea, en el Pirineo". Una botellita de madera de su abuelo, que era médico dentista, y de su padre, también dentista. "Guardaban en ella argentofenol para combatir las aftas". Unas balanzas antiguas, de su abuelo. Y lo más importante: El tesoro de la lengua castellano española, de Covarrubias. "Es fundamental para mi trabajo". El despacho da a una terraza, frente a la peña Oroel, donde observa a las aves.
La ornitología ha ocupado una parte muy importante en la vida del poeta y narrador. "Ver un buitre leonado volando en busca de carroña es un placer arqueológico". A finales de los años sesenta, Ferrer Lerín dejó Barcelona, donde nació en 1942, y se fue a Jaca como becario del Centro Pirenaico de Biología Experimental. Allí ha permanecido salvo periodos en Andalucía o en Barcelona, donde estudió Filología Hispánica. "Mi pasión es el lenguaje". Publicó su primer libro de poesía, De las condiciones humanas en 1964 y La hora oval en 1971. Dejó de escribir. Hizo una breve incursión en 1987 con Cónsul, poemas de los setenta. Y se convirtió, sin quererlo en una leyenda. Enrique Vila-Matas lo convirtió en uno de sus personajes en Bartleby y compañía; Félix de Azúa lo retrató en Diario de un hombre humillado. Veinticinco años estuvo sin escribir. Pero ha vuelto a la palabra. Lerín tiene un talento natural para jugar al póquer y por esa razón fue invitado a dar una conferencia sobre la pasión del juego. Allí cambió todo. "Me encontré con un grupo de lectores durmientes que habían seguido mis libros durmientes y me pidieron que volviera a escribir". Lo hizo: Níquel, una novela autobiográfica en 2005; Ciudad propia (2006), la reunión de su poesía anterior; Bestiario (2007); Papur (2008) y Fámulo (Tusquets, 2009), el libro que le ha merecido el Premio de la Crítica de poesía 2010. "Ha sido una gran sorpresa. Una alegría enorme, la mayor de mi vida". Y anda con nuevos proyectos, como llevar a la letra las entradas de su blog. "Ahora mi vida es la literatura".
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