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Columna
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Olores

David Trueba

En la televisión una de las consecuencias de hacer las cosas bien es que te metes en líos. La salud del medio podría medirse por el índice de polémicas. La ausencia de conflictos responde a la apuesta sedante, a la decisión de hacer dinero sin molestar a nadie con poder; de ahí el triunfo del cotilleo, que tiene aspecto crítico y atrevido, pero donde la víctima del dardo siempre es un personaje irrelevante. Por eso el reportaje de Televisión Española Algo huele mal, que aún se puede ver en la página de la cadena, ha estado rodeado de conflictos, retrasos y correcciones.

Es un reportaje urgente, rodado a la carrera, con los medios ínfimos que las cadenas ponen en manos de este género, pero suficiente para evidenciar el poder de las imágenes. Al final, mucho más que enfrentar a los responsables de Cepsa o las autoridades locales con los movilizados vecinos, que acumulan en su árbol genealógico muertos de cáncer y personas con mutaciones genéticas, lo que extrae el espectador es un bofetón estético. Los alrededores de ese Campo de Gibraltar donde se acumulan industrias, vertidos y degradación, son un decorado gótico digno de pesadilla.

A veces provoca risa escuchar los planteamientos absolutos. La gente que aún cree que el combate contra el hambre y la pobreza se desarrolla de una manera global, con unas decisiones intercontinentales, que suenan más bien a hueca lírica de discurso grandilocuente. La ecología no escapa a esa defectuosa manera de afrontar los problemas con letras mayúsculas y olvidar las minúsculas. Lo mismo el calentamiento global que la emisión de dióxido, la búsqueda de soluciones absolutas paraliza las soluciones particulares, el verdadero bien de lugares y personas concretas.

Por eso el documental de Al Gore sobre el calentamiento provoca la euforia colectiva y hasta se compran cientos de miles de copias con cargo al Estado, pero en cambio perturba y se oscurece la situación de unos barrios, de una gente, cercana y humilde, cansada y vapuleada, a la que se amenaza con el fantasma del paro y la bicoca del desarrollo económico a costa del expolio, la degradación y el riesgo sanitario. Aunque solo fuera por el puntapié estético que el reportaje propina, merecería la pena asomarse.

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